
You can dance, you can jive, having the time of your life...
See that girl, watch that scene, dig in the Dancing Queen.
Recién salgo de la ducha, me miro en el espejo. Desnuda y mojada, la piel erizada, quizá porque soy consciente del rito que voy a acometer, tal vez por la mañana de otoño prematuro que se adivina detrás de los cristales. Me acerco a esa superficie brillante que me devuelve mi imagen multiplicada por tres, y dibujo un corazón en la nube blanca que mi aliento ha dibujado en ella.
No tengo apenas arrugas. No, espera. No es cierto. Hay dos profundos surcos alrededor de la boca, creo que tienen incluso un nombre, pero no me apetece buscar en Google para saberlo. Yo las llamo las arrugas de la risa. Me gustan esas dos líneas que dicen tanto de mí, que cuentan a quien le interese que he reído mucho, que he sonreído mucho más, que también he llorado, sí, pero al parecer las lágrimas no han sido capaces de dejar huella en mi piel.
Vale, puede que mis pechos ya no conserven la firmeza de antaño, aunque aún se resisten a sucumbir a la fuerza de la gravedad. Pero qué importa. Han alimentado a dos criaturas y las han acogido amorosamente al calor de los latidos de un corazón hambriento. Han sido receptores de mil besos y caricias, de un millón de mordiscos apasionados, el centro del placer y del dolor. El reclamo y el arma de seducción en las noches desenfrenadas en que la vida giraba alrededor del sábado noche y los días se contaban en mariposas en el estómago.
Lo ves? En mi vientre se dibuja una cicatriz apenas perceptible de dos cesáreas que permitieron asomarse a la vida a mis dos hijas y si te fijas bien, la huella tenue de la cuna de agua en la que durmió el que no llegó a nacer y se murió dentro de mí, sumiéndome en uno de los periodos más tristes de mi vida.
Las caderas se han ensanchado ligeramente a pesar de que aún puedo poner aquellos viejos vaqueros que me resisto a dejar en la basura, tan llenos están de memoria y vida y en mis muslos se asoma un atisbo de celulitis que me desespera y contra el que lucho denodadamente, aunque se perfectamente quien perderá esa guerra.
Mis piernas siguen siendo largas y mis pies pequeños y estrechos y sonrío al recordar a mi abuela cuando me decía que tenía pies de reina y los besaba mientras me secaba después del baño, y en la cocina olía a leche caliente y galletas María...
Y debajo de la piel y los huesos, detrás del pelo y la carne. Más allá de la anatomía. Justo en el lugar indómito a donde no llega la sangre ni la hiel, duermo yo. Hola soy Elena, la auténtica, genuina y verdadera Dancing Queen (y hoy cumplo cuarenta años)
Me conoces de sobra. Me conozco demasiado bien.
Dices "piensa un deseo". Me pides que te hable de mi regalo soñado, de aquel que nadie me ha hecho jamás.
No hace falta que medite demasiado. Está bien. Esto es lo que quiero...
... que me recuerdes siempre como la chica triste que te hacía reir.
ABBA/ DANCING QUEEN