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martes, 15 de septiembre de 2009

EL LARGO ADIÓS

* Y sin embargo, a veces, algunos sueños, los peores, los que nunca deberían soñarse, se hacen realidad...

Ella ya no podía escribir cartas de amor. Intentaba encontrar las palabras, las emociones que la ayudaban a explicarle lo que sentía, lo que necesitaba, lo que añoraba...

Buscaba entre los restos del naufragio que se había producido sin remedio, pero no conseguía que de sus dedos brotase la magia para decirle que lo añoraba en las noches de frío...

Llevaba demasiado tiempo interpretando las señales que anunciaban que los sueños se habían escapado por la ventanta que ninguno de los dos creyó necesario cerrar. Se había repetido a sí misma muchas veces que era posible, que aquellos gestos de desgana imperceptibles no eran más que pequeñas heridas que el tiempo se encargaría de cerrar.

Se negaba a ver, a escuchar, a leer nada que no fuese el reflejo en el mar de las estrellas que todavía brillaban en un cielo condenado a desaparecer. Y se sentía tan tonta por haber creído, por haber cerrado los ojos a la realidad, por haber pensado que aquel cuento de princesas y fieras era algo más que un cuento...

Abrió los cajones de la memoria para intentar rescatar las sensaciones del olvido, pero los días y la distancia son enemigos implacables, son arrugas que se van instalando en el alma hasta darle la apariencia de una anciana que espera con parsimonia el final de sus días...

En el armario colgaban todavía los últimos vestigios del placer y las risas y las lágrimas, y los fue colocando con cuidado en su pequeña maleta. Dobló con mimo los instantes de locura y acarició con nostalgia las cartas apasionadas que él alguna vez le había escrito y que dormían en una caja roja, atadas con lazos de colores. Sonrió al ver los corazones que alguna vez dibujaron con tinta invisible, y en sus oídos volvió a sonar aquella canción que marcaría de modo inexorable el destino de aquel amor imposible.

Cuando no quedó más que el abrigo de la nostalgia flotando en el ropero de las ilusiones, se lo puso a pesar del calor que anunciaba el sol filtrándose por la ventana...

Sabía que a pesar de todo, sentiría frío. Recogió su pequeño equipaje y se fue despidiendo mentalmente de la casa en la que nunca llegó a habitar, de aquella habitación blanca llena de fantasmas, del sofá en el que una mañana vio un partido de baloncesto tan sola pero tan llena de él, de la cocina que aún olía a tarta de chocolate, de las plantas que regaba mientras lo esperaba con la cena encima de la mesa...

No quería irse, pero sabía que tenía que hacerlo y asumir su derrota.


Una vez más. Cerró la maleta, lanzó un beso al viento y empezó a caminar hacia su destino, hacia el lugar del que nunca debió marcharse...

JAMES BLUNT/ GOODBYE MY LOVER



jueves, 10 de septiembre de 2009

AMANDA

Lo encontró herido de muerte. Pero entonces ella no lo sabía.
Y una dosis exacta de jarabe fue suficiente para que su alma se partiese en dos y la niña que llevaba tanto tiempo dormida, disfrazada de mujer tremenda, saliese de su letargo de años para mostrarse tal como era.
Y procuró curar sus heridas con besos y lágrimas, y lo esperó como esperó Penélope cuando lo vió alejarse sin remisión del lugar donde vivieron su sueño.


Vuelve a Itaca, le susurraba en sueños. Vuelve, vuelve...


Inventó cuentos a la luna y aspiró a ser su cielo protector, su reposo y su guía, protegerlo y acunarlo en su regazo.
Le regaló palabras desesperadas como una noche sin estrellas, agrias como el zumón de un limón verde y cortante, dulces como la tarta de chocolate que tantas veces cocinó para él.
Letras y música para demostrarle, desesperadamente, que amaba por igual al niño y al hombre, al animal y al hombre y que adoraba sobre todo, su risa.


Se vistió de novia enamorada, somos novios, le dijo una vez, deseando con toda su alma que fuese cierto, que la noche fuese menos noche y que el hombre que fumaba un pitillo apoyado en una farola la estuviese esperando a ella...


Y lo llevó de la mano por un teatro mágico de tiempos reservados a la locura, intentó enseñarlo a bailar... pero ella también quería morir. Ella también tenía miedo en las noches oscuras, y vivía rodeada de abrazos rotos y deseos de cosas imposibles. Y no sabía jugar al ajedrez.


Una noche, soñó con una cocina blanca y un pijama compartido, y le regaló sus ramas para que pudiese cobijarse entre ellas en los días de lluvia. Qué otra cosa podía hacer un corazón hambriento...


Decidió llamarse Armanda, porque quería hacerlo feliz. Quería que la recordase por siempre. Que bailase con ella eternamente y seguir enredada en sus pies en una danza infinita y eterna.


Pero no pudo ser. La felicidad no existe, se trata sólo de instantes, de momentos, de chispazos fugaces, la felicidad es sólo una lluvia de estrellas.


Quiso ser Armanda pero se llamó Amanda. Tal vez por eso se cerró el telón una mañana de domingo ante sus ojos asustados, el corazón latiendo y el cerebro dando mil vueltas de arlequín borracho, sin entender los motivos.


Quiso ser Armanda pero no pudo. Se le había olvidado una letra. La erre de real...
La realidad se interpuso, se había interpuesto siempre entre ellos como un muro insalvable.


Y la Armanda que quiso ser, fue sólo Amanda.
Y Amanda se sentó en el andén de una tarde agosto, esperando ver pasar el tren de los sueños imposibles, tarareando entre lágrimas la canción que la había llevado hasta allí y la había acompañado en el viaje más triste y a la vez maravilloso que había emprendido en toda su vida...


21 JAPONESAS/ TIEMPO RESERVADO A LA LOCURA