lunes, 28 de diciembre de 2009

LA MECÁNICA DEL CORAZÓN



Y Papá Noel dejó para mí, bajo el árbol, un libro.
No había oido hablar de él pero por algún inexplicable motivo, cuando lo tuve entre mis manos supe que me gustaría.

Porque es un cuento de amor para niños grandes.

Imagina la noche más fría de la historia. La nieve cae sobre la ciudad de Edimburgo. En lo alto de una colina nace el pequeño Jack, pero su corazón está dañado. Y por eso necesitará reemplazarlo por un reloj de madera, un corazón artificial del que dependerá su vida. Acompañemos a Jack en su aventura quijotesca desde las frías callejuelas escocesas hasta una radiante ciudad andaluza, en busca del amor. Pero, ¡cuidado! Jack debe seguir unas reglas para sobrevivir:


Uno: NO TOQUES LAS AGUJAS.
Dos: DOMINA TU CÓLERA.
Tres: NO TE ENAMORES NUNCA.


LA MECÁNICA DEL CORAZÓN DEPENDE DE ELLO





Todos hemos sufrido alguna vez por culpa de nuestro voluble corazón.
En un primer momento creí ser Miss Acacia, esa cantante miope y frágil, siempre haciendo equilibrios sobre unos delicados tacones de aguja. Y durante muchas páginas me sentí identificada con ella por tantas cosas...
Pero después descubrí que en realidad, yo, como Little Jack, debería haber seguido los consejos que la Doctora escribió en un pizarrín para que el pequeño huérfano no los olvidase nunca. No toques las agujas, domina tu cólera, no te enamores nunca...



Estoy aprendiendo a dominar mi cólera. Siempre es mejor el silencio. Las palabras hieren y hacen daño y una vez que se pronuncian o se escriben, ya no hay marcha atrás. Además, de qué servirían, para qué decir nada cuando los abismos crecen ante tus ojos inexorablemente.


Me enamoré sí, pero quien está libre del amor, quien es capaz de protegerse contra su magia? No te permitas jamás enamorarte...

"Mi corazón sigue acelerado, me cuesta retomar el aliento. Tengo la impresión de que el reloj se hincha y va a salir expulsado por mi garganta. ¿Qué tiene esta muchacha que me provoca estos sentimientos? ¿Está hecha de chocolate? Pero ¿qué me ocurre?"

Intento soldar el sueño a la realidad, pero trabajo sin máscara. Nuestras bocas se aproximan. El tiempo se ralentiza, en los relevos más melodiosos del mundo. Se mezclan, delicada e intensamente. Su lengua me transmite sabores y miles de impresiones, pero la mejor es que su lengua sabe a fresa.

Y también he tocado las agujas. Como Jack, me he arrancado el reloj que anidaba en mi pecho y que con su incesante tic tac acompañaba mis pasos y daba sentido a mi vida.

El reloj ya no está. Quisiera volver. Me gustaría volver, pero creo que ya es demasiado tarde...

Volver al tiempo en que amaba sin estrategias, cuando me arrojaba de cabeza sin miedo a estrellarme contra mis sueños ¡Volver! La época en la que no tenía miedo a nada, en la que podía subirme al cohete rosa del amor sin abrocharme el cinturón...


Hacía tiempo que no lloraba leyendo un libro...
Pero mientras caminaba por los pasillos del hospital con mi pequeña joya bajo el brazo, buscando desesperadamente el mechero en mi bolso y deseando encender un cigarrillo, una lágrima, una sola, se asomó tímida a mis ojos. Pesaba como si fuese de plomo...


miércoles, 23 de diciembre de 2009

NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO



Era temprano, yo aún seguía dormida.
Imagino que me habría quedado a ver alguna película de esas que ponen por estas fechas una y otra vez la noche anterior.
Mi madre me zarandeó suavemente, siempre me ha costado horrores despertar.

.- Güelita ya murió...

Y en aquel momento sentí como si una parte de mí, de mi vida, de mi infancia, se escapase volando entre las nubes para no volver jamás.
Me vestí a toda prisa, sin saber muy bien lo que hacía, sin lágrimas aún.
Y corrí hasta su casa, me escapé a pesar de los requerimientos de mi madre, a pesar de que llovía a mares.

Recuerdo las luces de Navidad aún encendidas en las calles, recuerdo que quería que se apagasen, que todo se quedase a oscuras, que cesasen los villancicos y la alegría fingida de los primeros paseantes. Quería gritar pero mi voz estaba escondida en algún lugar del alma, quería llorar y mis lágrimas se negaban a brotar, ateridas de frio y amordazadas por aquel nudo en la garganta y en el pecho que me impedía respirar.

Tenía quince años pero me sentía vieja de repente, porque era dolorosamente consciente de que la había perdido para siempre, de que ya no volvería a escuchar su voz. Sabía que con ella se había derrumbado para siempre mi único refugio y la certeza de su amor incondicional.

Sí, he olvidado su voz. Puedo recordar sus manos y sus caricias y sus abrazos a medianoche, cuando las pesadillas me sacudían y tenía miedo a la oscuridad y a la noche.

Puedo recordar su risa cantarina y la inocencia y el brillo de sus ojos siempre jóvenes. Puedo recordar su presencia y el orgullo con el que me miraba, era su nieta mayor, la que estaba siempre enferma, la que le pedía que le pintase los labios y le prestase sus vestidos y su collar de perlas de mentira.

Péiname, güeli, pero sin estirar, que me haces daño...

Puedo recordar su mal genio cuando se enfadaba, pero tambien su ternura y su regazo cálido y acogedor. Sí, nos parecemos tanto...

Eres mi preferida, me decía. Pero no se lo cuentes a tus primos, se enfadarían.
Es un secreto entre tú y yo. Silencio, silencio, silencio... Chsssssssssssss.

Y yo me sentía importante y sabía que siempre sería así, que por algún inexplicable motivo había algo que nos unía, que nos uniría para siempre.

Y también sabía que cuando ella no estuviese, yo tampoco estaría del todo.
Por eso, mientras corría hacia su casa, sabía que una parte de mí se había muerto un poquito también.

Anoche soñé con ella, una vez más.
Y creí verla entre las nubes. Y por un momento pensé que estos casi veinticinco años sólo habían sido una pesadilla, que ella seguiría a mi lado cuando me despertase, oliendo a leche caliente y galletas María.

Pensé que ya no volvería a detestar las luces de colores colgando inertes en las calles. Y que no sería necesario cerrar los ojos para intentar recordar su voz. Creí que me diría como tantas veces, duerme otro poco, tápate bien que hace mucho frío, vamos, vamos...
Creí que yo me acurrucaría como siempre entre las sábanas de algodón esperando con impaciencia a que sometiese los extremos del embozo entre la almohada, mi nariz sumergida en ese saquito mágico con olor a jabón de marsella y lavanda.

Pero tan solo fue un sueño...

BARBRA STREISAND/ MEMORY

martes, 22 de diciembre de 2009

AIRE

Oigo cómo las gotas de lluvia golpean con fuerza en la ventana.

Parece que la noche también llora y acompaña con sus lágrimas repiqueteando en los cristales, las mías, las que corren libremente por mis mejillas y golpean mi corazón triste y asustado.

Prometí que pasaría toda la noche despierta y así lo haré.

No sirve de nada, lo se.

Pero así puedo hacerme a la ilusión de que estoy contigo, una vez más.

Tantas veces quise volar, escapar de mi cárcel de hormigón y vida, huir, perderme para siempre, para estar contigo y dormir entre tus brazos.

Ser Aire, ser Luz, ser Nada.

Y tengo miedo. Y te busco desesperadamente y miro una y otra vez tu foto.Me acerco a la pantalla y la beso con devoción, y quiero creer que así tú podrás sentir mis labios en los tuyos. Tal vez ahora estés dormido, exhausto por la pena y el sufrimiento. Ojalá lo estés, ojalá nada fuese verdad, ojalá no existiese el pasado ni el presente y sólo hubiese futuro.

No sueltes mi mano. Porque yo te amo. Porque eres mi amigo, mi amante, mi compañero, eres mi todo.

Porque nadie me conoce como tú, porque nadie sabe tanto de mí, porque con nadie he compartido tantos momentos como contigo. Porque me has acompañado en las noches más oscuras, porque estando contigo consigo ser yo, porque has conseguido sacar lo mejor y también a veces, lo peor de mí misma...

Porque te quiero desde siempre, desde el día en que nací, aunque tú no existieses todavía. Porque una dosis de jarabe fue suficiente para comprender que ya nada volvería a ser como antes.

Aunque nunca puedas entenderlo, aunque no me creas cuando te digo que lo eres todo para mí, que eres mi dueño. Porque soy tuya, y así lo siento...

Porque daría mi vida por ser Aire y envolverte y soplarte al oido, y susurrarte palabras de amor y de consuelo. Por abrazarte irracionalmente, hasta quedar sin fuerzas, hasta caer rendida a tus pies, esos que han entibiado los mios en tantas noches de abrazos compartidos.

Porque quiero y no puedo, quisiera ser Aire...





* He cerrado la opción de poder hacer comentarios. No se por cuanto tiempo.
Necesito volver a ser Libre, aunque no pueda serlo del todo...
Gracias a los y las que me habéis acompañado con vuestras palabras, con vuestras visitas silenciosas. Gracias por haber compartido tantos momentos, por haber dejado vuestras opiniones y sentimientos. He disfrutado enormemente vuestra compañía
Un beso y Feliz Navidad...
Hasta siempre.

martes, 15 de diciembre de 2009

TIEMPO RESERVADO A LA LOCURA



Cuando oí esta canción por primera vez, algo me dolió en el alma.

No sé si es un temazo de radiofórmula o una canción más, de las muchas que se han perdido en el abismo de la memoria. Sólo se que es y será siempre mi canción. Han pasado unos cuantos años desde aquél día. Qué poco podía imaginar por aquél entonces todo lo que llegaría a significar para mí... O sí. O tal vez lo supe desde el primer momento en que me dejé llevar por aquél narananana, una y otra vez... Tal vez lo supe y simplemente estaba ahí, esperando en algún lugar de mi corazón a que llegase la hora de dejarla salir de su pequeño escondite...

Porque en mi tiempo reservado a la locura es cuando soy más yo. Me desnudo ante el espejo y veo mis virtudes y también mis numerosos defectos. A veces me gusta lo que veo y en ocasiones quisiera poder cambiar todo aquello que detesto de mí misma... Y llego a la conclusión de que no soy perfecta. Pero tampoco pretendo serlo. Sólo soy una mujer que a veces se comporta como una niña, o tal vez una niña que se ve obligada a comportarse como una mujer.


Pero mientras sea capaz de sentir el aire fresco en mi piel, acariciándome al caminar, mientras sea capaz de creer que merece la pena arriesgar, que siempre es el momento de volar, de elevarse por encima de las nubes. Mientras tenga fe en todo eso, mientras mantenga intacta mi capacidad para soñar, seguiré pensando que mi tiempo reservado a la locura ha merecido la pena...


21 JAPONESAS/ TIEMPO RESERVADO A LA LOCURA

lunes, 7 de diciembre de 2009

PAPA



Una lata vieja llena de renacuajos...
Es el primer recuerdo que guardo de tí.

Me encantaba ir a pescarlos contigo a la charca que había debajo de casa.
Y tus entrevistas, aquellas que me hacías al pie de un avión imaginario, cuando aún casi no sabía ni hablar pero me sabía todas las canciones de moda que ponían por la radio.

Con usteeeeeeeeeeedeeeeeeeeeeessssssss, la gran artista venida del otro lado del océanoooooooooo. Elenaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Y yo cantaba a medial lengua con el batidor del chocolate en la mano á modo de micrófono, mientras tú me mirabas extasiado.
Imagino que siempre tuviste miedo a perderme como perdiste a mi hermana. Tal vez por eso te pasabas horas y horas a los pies de mi cuna, vigilando mi respiración.
Tal vez por eso cada enfermedad de las mías la viviste con angustia, con desesperación.

Quizá por eso siempre fuiste parco en abrazos, y besos, esos que tanto necesito para sentirme viva, para continuar, para no dejar de ser yo. Quizá en el fondo no querías quererme demasiado, para no tener que sufrir si algún día yo también me iba.

Tu mano cálida tomando la mía en las tardes frías de invierno en las que caminábamos juntos hacia el Molinón, tú discutiendo con Lelo sobre si Maceda sería titular o Quini marcaría algún gol. Yo en silencio, ensimismada en mis pensamientos de niña. Contando pasos, sonriendo bajito, sintiéndome tan pequeña a tu lado.

Sentado en la cocina leyendo el periódico, leyendo tus libros infumables, disfrutando de tu música favorita.
Limpiando los zapatos los Domingos por la mañana, en un ritual invariable. Nunca más he vuelto a llevar los zapatos tan limpios, lo sabías?

Nuestras discusiones, siempre de política. Escuchar algún disco contigo, cuando los sábados aún no querían decir fiesta y salidas nocturnas.
Tus enfados cuando os desobedecía y llegaba a la hora que me daba la gana, tu preocupación cuando algún chico llamaba a casa preguntando por mí...

Tantas veces he deseado colgarme de tu cuello, abrazarte y decirte lo mucho que te quería... Tantas veces.

Te veo aferrarte a la vida, enganchado a mil cables, a máquinas infernales que no comprendo, en ese cuarto tan frío, tan oscuro, tan solo... y desearía no marcharme nunca. Permanecer siempre a tu lado. Y no sentir este miedo que me paraliza, que me ahoga, que no me deja pensar.


Y canto entre lágrimas una y otra vez esa canción que tanto nos gustaba cantar a voces en el coche, el sol de Castilla iluminando los veranos que parecían no tener fin. Para que me oigas y sepas que no la he olvidado. Que muchas veces la recuerdo y se me empaña la mirada.

Sabes que ya no habrá primavera...

No, no la he olvidado porque forma parte de esos pocos momentos en que tú te liberabas de tu miedo y yo de mi vieja e ingenua creencia de que no me querías y en realidad habrías preferido que mi hermana no se hubiese muerto. Y me sentía feliz cuando mirabas hacia atrás y te reías mientras tratabas de imitar a Luis Mariano.

La canto y espero que desde ese hospital que detesto puedas escucharme y te despiertes, y te llegue el aroma de las violetas imperiales. Y que tu corazón siga latiendo, y todo se quede en un susto...

... y cuando la oigas, sepas que te quiero, papá, aunque hace mucho, mucho tiempo que no te lo digo.

sábado, 28 de noviembre de 2009

EVA



Miró por la ventana.
Hacía frío, lo decían las nubes de color morado en el cielo. Lo decía la Luna, rodeada de estrellas invisibles.
Respiró contra el cristal y un círculo de vaho se dibujó muy cerca de su nariz. Sonrió mientras veía en sus recuerdos la imagen de una niña perfilando con los dedos corazones sobre las manchas pálidas de aliento en los espejos.

Y se sorprendió porque durante mucho tiempo había creído que ya nunca más volvería a hacerlo. Ya no recordaba cómo era sonreir. Las comisuras de los labios hacia arriba y los ojos chispeantes... Sí, se hacía así, pero lo había olvidado. No se acordaba porque llevaba demasiado tiempo llorando. Demasiado tiempo.

Lágrimas en las noches de soledad, acompañada tan solo por la angustia de saber dónde estaría, con quien estaría, para qué estaría, para quien estaría. Para quien estaría que no era ella, que no se llamaba como ella.

Para ella nunca estaba. Tan solo alguna caricia desmañada en los amaneceres de resaca, la habitación oliendo a alcohol y sexo ajeno. Su cuerpo menudo hecho un ovillo en una esquina de la cama, tratando de no molestar, de no ser, de no estar...
Una sonrisa distraída al cerrar la puerta, la culpabilidad asomando a sus ojos azules. Volveré temprano. Temprano, temprano, temprano...

Se hizo amiga del amanecer, de los primeros rayos de sol, de las despedidas tristes de la noche sobre la montaña. Sabía que tarde o temprano con la luz llegaría él, y llenaría la casa de disculpas baratas y promesas de nunca más y ramos de flores robados en cualquier supermercado.

Lo amaba, sí. Lo amaba más que a su vida.
Pero en sus manos se habían ido acumulando el rencor y el peso de la rabia, del abandono y la tristeza.

Lo amaba tanto que había dejado de quererse a sí misma.

Se buscaba en las esquinas de su alma, intentaba reconocerse en el reflejo del agua de lluvia.

Pero se había perdido, ya no existía. Se había ido diluyendo poco a poco lo mismo que la nieve se derrite en marzo.

Y así, casi sin querer, mientras contemplaba el paisaje de invierno que se extendía hacia la playa, quiso encontrarse. Quiso encontrar a la mujer que fue, la que había sido algún día. La que sonreía coqueta en las viejas fotos, la que caminaba con paso firme por las calles de la ciudad. La que guardaba una hembra sensual y poderosa bajo su apariencia de niña buena. La mujer que ya no estaba en ella pero algún día había latido con su mismo corazón.

Con su maleta vieja llena de arena de olvido, cerró la puerta tras de sí sin mirar atrás. Quería empezar de nuevo, necesitaba empezar de nuevo.

Y por segunda vez en ese mismo día, sonrió. Y con su sonrisa de domingo recién estrenada comenzó a caminar calle arriba, pensando que después de todo no era tan difícil. Las comisuras de los labios hacia arriba y los ojos chispeantes. Sí, se hacía así...



EMMYLOU HARRIS/ GOODBYE

lunes, 23 de noviembre de 2009

PORQUE QUIERO



Hubo un tiempo en que creía que podía cambiar el mundo.
Rebelde, contestaria, inconformista...
Hubo un tiempo en que creía que podría hacerlo.

Imagino que la vida todavía no me había enseñado que a veces, que muchas veces, no es fácil. No es fácil cambiar la realidad porque esa realidad nos golpea una y otra vez despiadada, ferozmente.

Cuentan en mi casa, divertidos, que siendo casi un bebé, lloraba cuando entraba en una Iglesia. Al parecer quería ponerle tiritas a Jesusito porque estaba sangrando... Y aunque sea una tontería, creo que ese pequeño detalle es el que me define, el que dice tanto de mí, de cómo soy y como he sido siempre.
Defensora de causas perdidas, abogada del diablo, tocapelotas intransigente, la voz de los sinvoz.
Elena la delegada de Curso, la representante de los estudiantes en la Facultad, la protestona, la suspicaz, la sensible, la de la lágrima fácil... La niña en el bautizo, la novia en la boda y la muerta en el entierro...

Y no hice caso cuando me decían que me dedicase a otra cosa. No hice caso porque creía que podía cambiar el mundo.Y no se hasta qué punto hice bien.

Porque aún hoy, después de unos cuantos años ejerciendo esta profesión mía me cuesta contener las lágrimas cuando veo a una mujer destrozada llorando en una Comisaría, cuando observo atónita cómo los niños son utilizados como monedas de cambio, como objetos, con tal de hacer daño a aquel o aquella que te dejó de querer.

Porque no puedo evitar que un nudo se me atraviese en la garganta al contemplar, al sentir tantas injusticias a mi alrededor, tantos errores humanos que traen consigo consecuencias fatales. Tanta desidia, tanto egoísmo, tanta maldad. Y quiero gritar, y a veces lo consigo.

Otras veces me quedo escondida en un rincón y me encierro en mis silencios, he aprendido a contar hasta cien. Pero cuando lo hago, cuando intento no pensar, no involucrarme, no sentir, no vivir vidas que no son la mía, me siento aún peor porque entonces, es entonces cuando dejo de ser yo.

Y no quiero. No quiero perder mi esencia, algo que forma parte de mí.
Quiero seguir emocionándome hasta las lágrimas al contemplar una puesta de sol, al mirar con envidia a una pareja de ancianos que pasea de la mano, al escuchar a los niños jugando felices en un parque cualquiera.

Prefiero sentir aunque eso me haga daño. Prefiero mil veces amar con desesperación, luchar por cosas banales, protestar por causas ridículas. Aunque a cambio también sufra y me desespere y llegue a pensar que no quiero hacerlo, que no quiero ser así. Prefiero eso a no ser ni sentir, a amordazar esta puñetera sensibilidad que me regaló un hada buena el día que nací. Quiero seguir sintiendo que estoy viva, que mi corazón no se ha dejado engullir por el desánimo, que no he perdido la esperanza.

Porque quiero seguir pensando que puedo cambiar el mundo.
Porque quiero seguir estando.
Porque hoy daría algo por saber cómo se puede salvar una vida...

THE FRAY/ HOW TO SAVE A LIFE

sábado, 14 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA LUNA


Me gusta salir a pasear por dentro de mí.
Son esos pequeños momentos en que me quedo en silencio, mirando hacia ningún lado, con los ojos cerrados aunque los tenga abiertos. Sólo existo yo y mis sentimientos, las llanuras que habitan en mi mente, los páramos por los que me gusta merodear...

Entonces busco una luna que aunque no pueda ver prendida en el cielo, yo sé que alumbra con sus rayos de acero a otros amantes ávidos, a otros durmientes insomnes, a otros navegantes abocados al naufragio. A esos mismos que caprichosamente dejará envueltos en un manto de negrura y estrellas, cuando decida volver a mi cielo.

Sé que regresará para convertirse en una cuna, la luna-cuna en la que duermen los niños que no quieren crecer, los que nunca llegarán a hacerlo, los que lo hicieron demasiado pronto, los que no quisieron abandonar jamás el país de los sueños... Los que siempre añorarán una palabra de consuelo en las noches de tormenta.

Desafío las leyes de la gravedad y en días especialmente oscuros consigo volar, flotar, sumergirme en el océano azul del cielo y el viento que sacude mi melena. Ligera y sin ataduras, sólo yo, nadie más que yo. A solas conmigo misma. Con mi vida, con mis pensamientos y mis deseos. En silencio. En esos momentos de silencio que tanto necesito para reencontrarme a mí misma.

Camino, me desplazo, me elevo hasta ella y quiero tocarla con las yemas de mis dedos mientras mis pies me dirigen hacia mí misma, hacia mi interior. Hacia lo que soy, lo que he sido y lo que seré. Hacia la Luna que vive en mi corazón.

A veces bajo las escaleras de dos en dos, y pierdo el norte, mi Norte, y hasta la respiración.

Y lamento que todo sea tan normal.

Y me paso las noches descosiendo las horas.

Y vuelvo a tiritar.

Y pienso que ha sido sólo un momento de bajada.

Y quiero creer que no pasa nada.

Y sigo buscando una luna que ande sola.

Y salgo a pasear por dentro de mí...


EXTREMODURO/ BUSCANDO UNA LUNA

martes, 3 de noviembre de 2009

MI ESTRELLA


Fue mucho antes de que a los americanos se les ocurriese vender trocitos de Luna por un módico precio. Mucho antes de todo eso...

Yo tengo una estrella en el cielo. Es mía. Es mi estrella.

Tenía quince, tal vez dieciséis años. Los curas de mi Colegio tenían una Cabaña en el monte. Una construcción que alguien les regaló y que ellos, con la ayuda de los alumnos habían restaurado pacientemente para convertirla en refugio, en lugar de encuentro...

Había pocas cosas que nos gustasen más que subir a la Cabaña. Una caminata infernal, una cuesta que siempre se nos hacía interminable, saltar vallas de madera, sortear un pequeño riachuelo, aspirar el olor a hierba y a libertad. Mochila al hombro, disfrutar del paisaje, del cielo azul, del sol ardiente de mediodía...

Chocolate, galletas de nata y coco, bacon y huevos para el desayuno, pollo para la cena. Nubes y regalices rojos, caramelos de limón y naranja.

El fuego siempre encendido, la misa a media tarde, cogidos de la mano, daros la paz, amaos los unos a los otros... Amigos para siempre.

Y por las noches, antes de meternos en el saco para dormir todos juntos en una misma sala. Antes de las historias de miedo, de las risas y los concursos de chistes y otras cosas más escatológicas.

Antes de todo eso, nos tumbábamos en el prado a mirar las estrellas y el Machu Pichu, aquella montaña que se extendía frente a nuestros ojos, inmensa, infinita y que nosotros bautizamos así, Machu Pichu, el Machu Pichu...

Y sobre él, las estrellas, siempre las estrellas.
El frío, el rocío sobre la hierba y el calor de las mantas, el calor de la juventud y la esperanza, del futuro incierto y lleno de expectativas.

Elige una estrella. La que más te guste. Y ponle un nombre.
A partir de ese momento, será tuya, será tu estrella.

Yo tengo una estrella que brilla encima de un monte, cerca de una Cabaña que acaricia el sol y besan las nubes.

Una estrella que adorna el cielo como un prendedor brillante y magnífico, y que de vez en cuando duerme en la cuna cálida de la Luna Lunera.

Es mi estrella. Se llama Naia. Y muchas noches me duermo pensando en ella y preguntándome si todavía seguirá alumbrando la noche, anclada eternamente sobre el Machu Pichu...


OLIVER / GOOD MORNING STARSHINE



jueves, 29 de octubre de 2009

NUNCA DEJES DE BRILLAR



Ví pasar a un grupo de adolescentes.
Ellas perfectamente uniformadas, melenas enlacadas, escotes palabra de honor y peep toes recién estrenados. Ellos con traje y corbata y ese pelo tan extraño que al parecer se lleva ahora, como si un huracán feroz hubiese pasado a su lado, remedos modernos de Beatles desteñidos.

Y me pregunté qué hacían unos chavales quinceañeros con esas pintas paseando por el muro un viernes por la tarde. Hasta que caí en la cuenta de que se había acabado el Curso. Era época de graduaciones, de fiestas copiadas de cualquier película norteamericana, de birretes de mentira, de momentos de verdad.

Y lo entendí todo. Entendí que no tuviesen frío, que se riesen a gritos, que emanasen esa alegría de vivir, que caminasen seguros entre empujones y sonrisitas coquetas. Aspiré con avaricia su olor a esperanza y colonia cara y probablemente un atisbo de envidia y nostalgia se dibujó en mi alma y en mis ojos

Yo también me gradué. Yo también tuve una ceremonia y una fiesta con sabor a patatas fritas y Fanta de Naranja. Y me puse un gorro extraño y ajeno sobre mi melena perfecta de peluquería. Yo también fui a comprarme un vestido nuevo porque quería ser la más guapa de la tarde y me puse tacones por primera vez en mi vida.

Sentí la necesidad imperiosa de comprobar que yo también paseé un día con mis compañeros con esa misma aureola de felicidad imperecedera. Así que al volver a casa busqué en mi caja roja, la que atesora las fotos y las cartas de amor y las rosas secas y los recuerdos...
Y encontré los de aquél día.

Fotos en solitario, fotos en grupo, fotos con mis padres y mi hermana, con mis abuelos. Señales indelebles de que aquél día lejano en el tiempo no fue un sueño ni una quimera.
La beca que nos pusieron al cuello, como símbolo de nuestra madurez, la señal de que debíamos volar, de que los tiempos del Colegio se habían terminado, de que ya nadie nos protegería del mundo exterior. La cruz de ceniza que nos alejaba de la adolescencia, el camino de ladrillos amarillos hacia el país de los adultos.

Un boli grabado con nuestro nombre y la fecha exacta de aquel día, un diploma escrito a mano por el Padre J. para cada uno de nosotros...

Y un papel que ya no recordaba, doblado cuidadosamente. La fotocopia amarillenta de una fábula mecanografiada que me regaló el profesor de Literatura al despedirnos. Y una dedicatoria en tinta azul: Nunca dejes de brillar...

Cuenta la Leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una Luciérnaga; esta huía rápido con miedo de la feroz depredadora, y la serpiente no pensaba desistir.

Huyó un día, y ella no desistía, dos días y nada.....En el tercer día, ya sin fuerzas la Luciérnaga paro y dijo a la serpiente:

-Puedo hacerte tres preguntas???

-No acostumbro dar ese privilegio a nadie pero como te voy a devorar, puedes preguntar...

-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?

-No, contestó la serpiente....

-¿Yo te hice algún mal?

-No, volvió a responder

-Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?

-Porque no soporto verte brillar........!

Cuando esto pase a tí, no dejes de Brillar, continua siendo tu mismo, sigue dando lo mejor de ti, sigue haciendo lo mejor, no permitas que te lastimen, no permitas que te hieran, Sigue Brillando y No podrán tocarte....

porque tu Luz seguirá intacta!!!

Y pensé en mi viejo profesor, y en cuánto me gustaría no defraudarlo jamás. Porque quiero seguir brillando. Siempre. No quiero dejar de brillar.

DON MCLEAN / STARRY, STARRY NIGHT



martes, 20 de octubre de 2009

NINA



El día amanece gris, como tantos otros. Y como tantos otros se siente perdida en su propio laberinto de cristal y miedo.
Si mira a través de los cristales tan fríos como su propia piel, no alcanza a ver el horizonte, tan sólo oscuridad y agua.

Ella sabe que vive en un mundo irreal, que los días, sus días, son una sucesión de nubes y hielo. Sabe que cuando caiga la tarde y la luna comience a dibujarse tímidamente en el cielo, volverá a abandonarse, que plegará sus alas y se dejará caer en el vacío que atenaza su estómago y lo envuelve con el aleteo de mil mariposas impertinentes.

Sabe que todo está perdido, que es demasiado tarde, que está sola. Que sólo le quedan lágrimas y que ya nunca más volverá a reir, que en su boca sólo se dibuja de vez en cuando una mueca de payaso triste y desvalido.

Cierra los ojos y piensa en tiempos que ya no volverán, en los momentos que se quedaron prendidos en el cielo de los sueños imposibles.

Y siente que no quiere escapar, que es demasiado tarde para huir. Porque lleva en su mirada el dolor de las promesas incumplidas y porque otro día más deambulará de bar en bar esperando volver a encontrar su mirada y su voz, y sus besos y sus caricias ardientes. Los labios que una vez fueron suyos.
Porque nadie sino él la hizo temblar...

Camina hacia ningún lugar y se abandona al dolor de sentir el agua que llora el cielo penetrando sin piedad en su alma de mujer rota.

Y bailando entre los charcos, el pelo y la ropa y la vida húmedos de pena y ateridos de dudas, hablará con ella. Con la lluvia que la empapa y la purifica y la despierta por unos instantes de su pesadilla de dolor y añoranza.


Si algún día lo ves por ahí, pregúntale si se acuerda de mí. Si aún recuerda nuestra cama caliente de sudor y deseo.
Y aquél corazón que dibujamos con tiza en un árbol sin hojas.

Pregúntale si realmente, fue capaz de olvidar...



LA FRONTERA / LLUVIA

miércoles, 14 de octubre de 2009

CORAZÓN HAMBRIENTO



Todos tenemos un corazón hambriento.
Todos necesitamos un lugar donde recostarnos en los momentos de dudas, de sombras, de desesperación.
Una palabra, una mano que nos ayude a levantarnos, tal vez a no caer. Un abrazo inesperado, una sonrisa, un beso en el pelo... Caricias y palabras, pequeños universos infinitos de gestos cómplices y cometas azules como el mar y el oceáno que nos separan.

Yo también tengo un corazón hambriento.


A veces lo visto de fiesta, le pongo su disfraz de mil colores brillantes y lo saco a pasear con la sonrisa pintada en la cara. Maquillaje de estrellas y polvos mágicos de arroz. Las niñas no lloran, no deben llorar.

A veces como si de un caramelo envuelto en celofán se tratase, dulce y tibio, le permito derretirse suavemente, mientras el aroma a limón y ternura impregna la habitación y se desliza entre las rendijas de la persiana, humo y deseo, sangre y placer, espíritu y carne.

A veces lo recubro de una armadura impenetrable, le tapo la boca con las dos manos, para que no hable, para que no diga nada. Calla, corazón...

En ocasiones lo encierro bajo siete llaves en su torre de papel. Intento silenciar sus latidos para evitar caer en la trampa de la memoria, para no ver nunca más en mis sueños aquél viejo caserón con su arca de madera vieja y apolillada que a pesar del paso del tiempo aún permanece intacta en mi memoria. Y le permito que siga su huída hacia adelante, convencida de que no tiene sentido remover entre los restos del pasado, de que no merece la pena quedarse para siempre en ese desván que huele a miedo e incomprensión.

Pero cuando llega la noche, cuando soy más yo que nunca, dejo volar mi corazón por el cuarto. Libre y desnudo, tal y como es. Auténtico y sin ataduras. Y contemplo cómo se eleva y sube una y otra vez hacia el espacio de mis anhelos y mis tiempos reservados a la locura.

Abro la pequeña jaula en la que duerme, tiritando de frío, y le permito que viaje sin miedo, que pasee por las dunas y los desiertos, por los valles y las montañas. Le ruego en silencio que surque el mar a merced de las olas y que acompañe en su vuelo hipnótico a las gaviotas, para que desde el otro lado pueda verme y entender mis porqués, mis nuncas, mis tal vez...

Pongo mi mano sobre el pecho y lo escucho bailar la danza cadenciosa de la vida.
Y pienso que a pesar de mis innumerables y múltiples defectos, me gusta ser como soy. Tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo. Tan contradictoria en ocasiones. Una niña y una mujer que comparten el mismo cuerpo, que se han quedado a vivir dentro de mí, eternamente entrelazadas como si ninguna de las dos quisiese perder jamás su identidad.

Dulce y tremenda, sol y luna. Luces y sombras. Tan sólo eso. Sólo eso. Nada más y nada menos que eso.

Una mujer que tiene un corazón hambriento...

BRUCE SPRINGSTEEN/ HUNGRY HEART

lunes, 5 de octubre de 2009

PAQUI


* Con el permiso y la autorización expresa de quien da nombre a esta entrada...


Paqui es mi supercompi de Coro. Es una contralto impresionante, tiene una voz profunda, suave y como de terciopelo, pero ella no lo sabe, o no quiere saberlo. Y se empeña en colocarse a mi lado porque dice que se siente más segura. A pesar de las protestas del Director, que dice que estéticamente no damos bien. Ella es muy bajita y regordeta, y yo soy más alta y espigada... De hecho, nos llaman el punto y la i, pero a pesar de eso, cantamos siempre juntas. Y ella me mira burlona cuando le digo que la que me da seguridad es ella a mí...

Desde el mismo momento en que se incorporó al Coro, nació entre nosotras una corriente de simpatía mutua, una especie de flechazo. Tal vez porque somos tan distintas, tan diferentes en todo además de en lo puramente físico.

Ella es tímida y de pocas palabras y yo extrovertida y parlanchina (por regla general). Ella es seria y retraida y yo... todo lo contrario.

Quizás por eso nos entendemos a las mil maravillas y nos hemos hecho amigas así sin querer... Cuando salimos a algún concierto nos sentamos juntas en el autocar y nos contamos las cosas que el rigor de los ensayos y el trabajo diario no nos permite, a pesar de algún que otro café furtivo que nos tomamos en los descansos...

Hoy Paqui estaba triste, aunque bien pensado creo que siempre ha habido un destello de amargura en sus ojos, con lo cual tal vez debería decir que estaba más triste de lo habitual. Hasta su voz rotunda y redonda me sonaba desgarrada cuando ensayábamos.

En el café de la pausa me ha contado el motivo de su amargura. Y yo, que no he nacido para dar consejos me he limitado a escucharla y a secarle con mi kleenex alguna lágrima que resbalaba con parsimonia por sus mejillas.

De repente me ha dicho:
.- Me gustaría ser como tú. Ojalá fuese como tú.
.- Como yo? le contesté sorprendida.
.- Sí como tú. Tú eres fuerte y siempre estás sonriendo... Tú nunca lloras, Elena...

Y entonces quise contarle que no es cierto, que yo no soy fuerte, que yo también lloro, que yo también sufro, que yo no siempre sonrío... que yo, como ella, también querría tener alas y volar...

Pero me pudo mi natural tendencia al estoicismo o quizá tuve miedo de defraudarla, de fallarle en aquel momento en que demandaba un poquito de seguridad y protección y la abracé en silencio, convencida de que no hay nada mejor que sentir el calor de un abrazo bien apretado cuando te duele el corazón...

REM/ EVERYBODY HURTS

lunes, 28 de septiembre de 2009

... Y PODER VOLAR



Resulta curioso...

Tengo miedo a volar, me ponen mala los aviones.
Y sin embargo, en muchas ocasiones desearía con todas mis fuerzas que de mi espalda brotasen dos alas de suaves plumas blancas, de esas que se irisan al contacto con el sol, para poder hacerlo. Para elevarme sobre mis pies y confundirme con las gaviotas y con el arcoiris que lame el cielo después de la lluvia.

Volar por encima de la costa, atravesar las nubes, flotar en el aire inmersa en el espacio infinito que separa el mar del océano. A merced del viento que conoce de sobra las coordenadas que ha marcado mi corazón.

Sumergirme sin miedo en el deseo líquido de mis anhelos, de mis propios sentimientos.

Subir, subir, subir...

Volar para llegar más rápido, en un suspiro, en un segundo de locura. En el tiempo que apacigua el deseo incontenible de estar, de permanecer.

Volar para llegar a tiempo y encender el horno, mientras amaso el cansancio y la debilidad y baño la fiebre y el dolor en chocolate y fideos multicolores.

Volar para murmurar palabras tan dulces como las estrellas que pretendo tocar con las yemas de los dedos. Para abrazar infinitamente, en silencio. Sin decir nada... sólo un abrazo eterno que no se termine jamás. Hasta el final del tiempo, hasta siempre, hasta el país de nunca jamás que habita más allá del arco iris...

*****************************************

Me quito la camisa, desabrocho los botones uno a uno y vuelvo a mirar mi espalda reflejada en el espejo...
Cierro los ojos con fuerza y espero la visita de mi hada madrina.

Piensa un deseo.

Tener alas, y volar...

RANDY CRAWFORD/ ONE DAY I'LL FLY AWAY





jueves, 24 de septiembre de 2009

MISI

* Acabo de leer una de las entradas de Nerea en "el blog de Mika" y al ver no sólo el nombre del gatito del que habla, sino su foto, recordé esto que escribí ya hace algún tiempo.
Nerea que es además de amante de la literatura, tan defensora y amiga de los gatos, ay, espero que no se enfade mucho conmigo :)
Pobre Misi...


Encarna tenía un gato que se llamaba Misi.
O tal vez no se llamaba así, pero yo le puse Misi y por Misi le conocíamos todos.

Yo adoraba a aquél gato blanco y negro, de pelo suave y ojos azules.

Encarna era la vecina de mi abuela, y a mí me encantaba ir a su casa, porque me regalaba regalices rojos y me dejaba jugar con Misi hasta caer rendida, le ponía lazos de colores al cuello y pretendía que lo sacaba a pasear por la casa, porque Encarna no me dejaba sacarlo a la calle. Temía que se perdiese, y aseguraba a quien quisiera oirlo que no podría vivir sin él.

Una tarde bañé a Misi. Recuerdo un balde de color verde esmeralda y agua caliente que ella me preparó con cariño porque en realidad, nunca me negaba nada de lo que le pedía, aunque me advirtió que sólo un poquito...

Misi se dejó hacer, estaba acostumbrado a mis cosas y mansamente se prestaba a mis ocurrencias.
Cuando terminé de bañarlo, lo envolví en una toalla y lo froté con cuidado. Pero Misi temblaba y yo me asusté.

Llamé a Encarna, pero ví la puerta abierta y supuse que habría pasado a casa de mi abuela a preguntarle algo acerca de la chaqueta que me estaba tejiendo (ay, aquellas chaquetas de Encarna. No habrá niña en el mundo que haya tenido más chaquetas que yo...)

Entonces se me ocurrió. Lo cogí en brazos y lo metí en el horno. No soportaba verlo así, muerto de frío y tan desvalido, como triste, como enfermo...

Pensé que era la mejor solución, el horno estaba calentito, pues Encarna siempre tenía la cocina de carbón encendida, incluso hasta bien entrado el verano, decía que le hacía compañía. Creo que todavía puedo oir los aullidos del pobre gato...

Yo abría la portezuela y le decía, no llores Misi que enseguida estarás, pero la abría poquito porque el pobre como loco, quería escaparse, se revolvía y se agitaba, fuera de sí... Cuando llegó Encarna, supongo que alarmada por los lamentos del pobre gato y por el olor a pelo y piel chamuscada, fue demasiado tarde. Misi se murió a las pocas horas. Por mi culpa.
La reprimenda fue tremenda, yo era muy pequeña, no más de cuatro años, pero recuerdo aquel instante terrible, y sobre todo, que no me importaba la riña de mi abuela, ni el azote que me propinó mi madre en cuanto se enteró de la que había armado. Sólo quería que Misi no se hubiese muerto, y mucho menos por algo que yo había hecho.

Encarna me abrazaba y me decía que no, que en realidad yo sólo era una niña y que no era mala idea meter los gatos en el horno para que se secasen rápido y así no temblasen de frío. Me quería tanto que habría dicho cualquier cosa para tranquilizarme, pero yo sé que tuvo que ser horrible para ella perder a aquel animal que era en la mayoría de las ocasiones, su única compañía.

Cuentan que lloré días y días por aquel minino chiquitín y juguetón. Y creo que en el fondo, todavía, después de tantos años, no me he perdonado del todo aquella trastada que llevó al pobre Misi al Cielo de los Gatinos.

Pobre Misi...

23 de junio de 2009



TEJEDOR/ LA TORRE DE SUSO

lunes, 21 de septiembre de 2009

CACHITOS


La cocina es amplia y luminosa. En el centro una mesa de madera con una piedra de mármol tan blanca como la leche. Una niña muy rubia y de ojos grandes dibuja un sol amarillo.

Un block de dibujo que se aprovecha al máximo y unos Alpino de madera que no se afilan hasta que la punta esté completamente roma. La niña rubia es feliz, pero todavía no lo sabe.

Hoy dormirá en esa cama que la vio nacer, y mañana desayunará galletas maría deshechas entre la leche. Adora ese olor que permanecerá por siempre en su memoria, pero todavía no lo sabe. Hoy una mujer de manos pequeñas someterá el embozo de las sábanas entre los extremos de la almohada a esa niña rubia que ya nunca más podrá dormirse si no se tapa la nariz, aunque ella no lo sepa aún.

……………………………..

.- Güeli, me dejas los botones?

Los botones están en la “caja”. En esa caja blanca y roja, que una vez albergó vendas y que durante tantos años ha atesorado esas piezas de colores de distintos tamaños, formas y texturas.

Imaginar que son piedras preciosas, que forman parte de un tesoro encantado. Jugar a las tiendas, hola, qué quería. Unos botones? Ahora mismo…

Aprender a contar con ellos. Uno, dos, tres, cinco… no, Elena. Uno, dos, tres, cuatro…

.- Güeli, hacemos merengue?

Separar las claras de las yemas con cuidado. Y después batir y batir con un tenedor, hasta que el recipiente se llena de espuma, de nieve dulce, de una masa compacta que luego adornará la tarta de almendra que se cuece en el horno.

.- Güeli, me enseñas a tejer?

Ponerse bizca contando puntos que se escapan…

Uno al derecho, otro al revés, uno al derecho, otro al revés… hasta que se da cuenta de que en ese trozo de tejido que mira orgullosa, hay un agujero enorme y de que las labores nunca serán lo suyo…

.- Güeli, me das la merienda?

La bici esperando en la calle, el verano brillando en el cielo, la vida por vivir, la vida por delante. Pan con mantequilla y chocolate rallado con esmero, pan con mantequilla y azúcar, galletas con Nocilla. Pequeños caprichos secretos, no se lo digas a tu madre que me mata…

Retales de memoria, estrellas fugaces, chispazos de añoranza de un tiempo que no volverá, cachitos de mí.

Fotografías en blanco y negro que cuelgan de las paredes en una casa que un día estuvo llena de vida y en la que hoy sólo habitan los fantasmas de la nostalgia.

La casa de mis abuelos.

Son sólo recuerdos que vuelven a visitarme, en una de esas tardes de uno de esos domingos que tan poco me gustan y en los que necesito desesperadamente volver a encontrarme con la niña que fui.


LUZ CASAL/ ENTRE MIS RECUERDOS

sábado, 19 de septiembre de 2009

MATEO




* 13 de junio de 2009


Corría el año 74.

Un mes de agosto especialmente caluroso, o por lo menos yo así lo recuerdo. El vestido de los domingos, un lazo enorme en el pelo y aquellos calcetines de perlé que tanto detestaba...
Los pasillos de un hospital, la mano de mi padre, mi madre tumbada en la cama y aquella cosita diminuta vestida de blanco y con los ojos rojos, pincelados con mercromina...

.- Dale un beso, es tu hermana.

Un helado de vainilla en la cafetería como premio por haber sido tan buena, mi padre siempre se olvidaba de que yo odiaba la vainilla y prefería el chocolate...

Ayer, esa niña que conocí una mañana de verano con sabor a helado, esa mujer que es mi mejor amiga, mi confidente, casi mi otro yo a pesar de ser tan diferentes, se dió a la dura tarea de traer un bebé al mundo. Un parto largo y complicado que derivó en una cesárea de urgencia.

Y nos regaló a Mateo.

Hoy la dejé en una habitación pintada de color rosa chicle, una mueca de dolor permanente en su cara, pero envuelta en esa belleza especial que adorna a las madres recientes. Una noche larga, silencio roto por los llantos de los bebés y el trajín de las enfermeras, quiero agua, me duele, dame un beso, gracias por quedarte, anda no seas tonta, intenta dormir...

Sentada en la cama, oyendo la suave respiración de mi hermana, agotada por el esfuerzo, me dediqué a contemplar durante mucho rato al precioso bebé que dormía en una cuna de plástico.

Que seas feliz, que tu vida sea larga y provechosa, que llegues a ser lo que tú desees ser, que nadie ni nada te haga daño, que crezcas sano y fuerte, que seas capaz de soñar, que se cumplan tus sueños.

Que tus diminutas manos aprendan el arte de acariciar con suavidad, que tus pies puedan hablar sin mentir y te lleven a donde quieras, que tus labios lleguen a besar con pasión y también con ternura, que tus oídos tengan el maravilloso y mágico poder de percibir la música del corazón...

Que en lo días tristes que puedan llegar, no olvides que este mundo que acabas de descubrir es a pesar de todo, un lugar maravilloso, Mateo...
ROD STEWART/ WHAT A WONDERFUL WORLD


miércoles, 16 de septiembre de 2009

TEMPUS FUGIT



El tiempo pasa, se va inexorable, bailando al compás de las horas, los minutos, los segundos. Granos de arena que se deslizan sin remedio por su tobogán de cristal.

En días como hoy quisiera atraparlo, detenerlo, obligarlo a que transcurriese lentamente.

Siempre he sabido que no voy a saber envejecer.

Me miro al espejo y me veo como siempre, reconozco en mí a la Elena que fue, a la niña soñadora y tranquila, siempre rodeada de libros y muñecas recortables y también a la niña trasto que se caía cada dos por tres, los codos y las rodillas llenas de postillas, moratones en las piernas, encaramada sobre mi bici azul y atrapada en mi propio laberinto.

Puedo ver a la adolescente llena de sueños, la que creía que podía cambiar el mundo, invadida por el desconcierto ante un cuerpo que de repente se transformaba, inundándose de colinas y valles, curvas y rectas.
Presa de mil temores e inseguridades y siempre oteando el cielo azul de su horizonte.

Como en un caledoscopio, se refleja la imagen de la joven alocada y divertida en que me convertí y recupero la sensación de tener toda la vida por delante, de esperar el mañana con impaciencia, de querer, de poder, de saber...

Y también veo, por supuesto, a la mujer que soy, aquella a la que el paso de los años y las vicisitudes de la vida ha perfilado con su cincel implacable.
Las primeras patas de gallo adornan mis ojos, y unas imperceptibles arrugas se dibujan alrededor de mi boca, sin embargo mi frente está intacta, todavía...
Eso quiere decir que me he reído mucho más de lo que me he enfadado, que he sido feliz, aunque también he llorado, cómo si no...


Recibo mensajes en mi móvil y sonrío y me siento bien.
Bromas y besos, y un ramo de flores encima de la mesa de mi despacho.
Besos y abrazos y el regalo maravilloso de un cumpleaños feliz, chúpate un calcetín, que ha llenado esta mañana lluviosa y gris, casi negra, de mil colores brillantes...
Una postal que me ha llenado los ojos de lágrimas y me ha puesto un nudo en la garganta.

La camiseta que ví hace tiempo en un escaparate y unos zapatós, de tacón como no podía ser de otro modo.
El vestido que me tocará comprarme a mí misma, hay cosas que a pesar de todo, no cambian...

El recuerdo de Lelo y su vieja cartera de piel, y los pocos euros que su exigua paga de pensionista le permitía. Toma anda, pa que compres un trapín...

Hoy es mi cumpleaños, y siento que el tiempo pasa.
Me lleno de mimos y me invade un punto de tristeza también, porque la madurez me ha enseñado que los momentos no vuelven y que a veces, los desperdiciamos sin sentido por las cosas más nimias, por motivos tan sutiles y ligeros como el vuelo de una libélula.

Se que no sabré envejecer, que no llevaré con paciencia las arrugas, ni los kilos de más, ni todos los signos inevitables que la vida señala en el cuerpo.
Soy coqueta y presumida por naturaleza. Pero mi corazón me dice que tal vez ese deterioro inevitable se vea compensado con la estabilidad, el equilibrio y la serenidad que a cambio te regala la vida.

Me da miedo ir perdiendo por el camino tantas cosas, y sobre todo, me aterra que la Naturaleza sea implacable y vaya arrebatándome a las personas a las que amo.

Pero es inevitable, y confío en que a cambio, la vida siga regalándome cada día un rayo de sol, una sonrisa, un beso enamorado, un abrazo irracional, el pequeño y secreto placer de dormir bajo un cielo lleno de estrellas...

Hoy es mi cumpleaños y pienso que ojalá, por lo menos, llegue a cumplir otros treinta y nueve...

CINDY LAUPER/ TIME AFTER TIME

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martes, 15 de septiembre de 2009

EL LARGO ADIÓS

* Y sin embargo, a veces, algunos sueños, los peores, los que nunca deberían soñarse, se hacen realidad...

Ella ya no podía escribir cartas de amor. Intentaba encontrar las palabras, las emociones que la ayudaban a explicarle lo que sentía, lo que necesitaba, lo que añoraba...

Buscaba entre los restos del naufragio que se había producido sin remedio, pero no conseguía que de sus dedos brotase la magia para decirle que lo añoraba en las noches de frío...

Llevaba demasiado tiempo interpretando las señales que anunciaban que los sueños se habían escapado por la ventanta que ninguno de los dos creyó necesario cerrar. Se había repetido a sí misma muchas veces que era posible, que aquellos gestos de desgana imperceptibles no eran más que pequeñas heridas que el tiempo se encargaría de cerrar.

Se negaba a ver, a escuchar, a leer nada que no fuese el reflejo en el mar de las estrellas que todavía brillaban en un cielo condenado a desaparecer. Y se sentía tan tonta por haber creído, por haber cerrado los ojos a la realidad, por haber pensado que aquel cuento de princesas y fieras era algo más que un cuento...

Abrió los cajones de la memoria para intentar rescatar las sensaciones del olvido, pero los días y la distancia son enemigos implacables, son arrugas que se van instalando en el alma hasta darle la apariencia de una anciana que espera con parsimonia el final de sus días...

En el armario colgaban todavía los últimos vestigios del placer y las risas y las lágrimas, y los fue colocando con cuidado en su pequeña maleta. Dobló con mimo los instantes de locura y acarició con nostalgia las cartas apasionadas que él alguna vez le había escrito y que dormían en una caja roja, atadas con lazos de colores. Sonrió al ver los corazones que alguna vez dibujaron con tinta invisible, y en sus oídos volvió a sonar aquella canción que marcaría de modo inexorable el destino de aquel amor imposible.

Cuando no quedó más que el abrigo de la nostalgia flotando en el ropero de las ilusiones, se lo puso a pesar del calor que anunciaba el sol filtrándose por la ventana...

Sabía que a pesar de todo, sentiría frío. Recogió su pequeño equipaje y se fue despidiendo mentalmente de la casa en la que nunca llegó a habitar, de aquella habitación blanca llena de fantasmas, del sofá en el que una mañana vio un partido de baloncesto tan sola pero tan llena de él, de la cocina que aún olía a tarta de chocolate, de las plantas que regaba mientras lo esperaba con la cena encima de la mesa...

No quería irse, pero sabía que tenía que hacerlo y asumir su derrota.


Una vez más. Cerró la maleta, lanzó un beso al viento y empezó a caminar hacia su destino, hacia el lugar del que nunca debió marcharse...

JAMES BLUNT/ GOODBYE MY LOVER



sábado, 12 de septiembre de 2009

CAROLINO

* No me gustan los cuentos tradicionales. Bueno, no puedo decir que no me gustan, no es cierto. Simplemente me aburren, siempre me aburrieron, de tan repetidos y maniqueos.
Cuando era pequeña, los inventaba para contárselos a mi hermana.
Después lo hice para las niñas de mis ojos.
Y ahora los invento para Miguel.
El problema es que se me olvidan los detalles. Mi imaginación a veces se desborda y me juega malas pasadas...
Así que la mayoría de las veces, cuando intento repetirlos, meto la pata y oigo algo así como "tita, nooooooooo, que así no era"...
Los iré escribiendo aquí. Para que no se me olviden nunca más.


Carolino era un osito de peluche blanco.
Y como todos los ositos de peluches, también tenía corazón. Todos tenemos un corazón. Lo que pasa es que él no podía dejarlo latir demasiado para que Miguel no se despistase y llegase a creer que dormía abrazado a un oso de verdad.
Pero en el momento en que su dueño conciliaba el sueño, Carolino dejaba libre su corazón y se asomaba a la ventana para vigilar la llegada del amanecer, la luz que anunciaba que debía regresar al nido caliente del abrazo del pequeño.


El día que Carolino descubrió la Luna flotando en el cielo, creyó que era un queso.


No había oído nunca hablar de ella, y al verla allí arriba, tan redondita y blanca, pensó que se trataba de una de las bolitas que a veces Miguel se tomaba para merendar y que tal vez se había escapado para que él no se la comiese.
Así que decidió vigilarla. Quería atrapar aquel quesito para devolvérselo orgulloso al niño de pelo rubio que le daba besos antes de dormirse.


Se enfadó mucho cuando comprobó que alguien se estaba comiendo el queso. De pronto se iba haciendo más y más pequeño. Habría ratones en el cielo?
Serían las estrellas glotonas las que se lo estuviesen zampando sin miramientos?


Y un día desapareció del todo. Carolino se puso muy triste, porque ya no podría devolverle a Miguel su merienda perdida...


Pero una noche, de repente, mientras oteaba al horizonte esperando las primeras luces del día, volvió a verla en el cielo...


.- Ah, esta vez no te me escaparás, le gritó Carolino.


Y salió de la casa decidido a atrapar a aquel queso insolente.


Caminó y caminó, y con cada uno de sus pasos, se iba enfadando más y más.
No podía alcanzarlo, era como si aquel endiablado quesito se estuviese burlando de él, tal parecía que caminaba a su lado.
Se sentía cansado pero no quería volver a casa sin su presa.


De pronto, cuando menos se lo esperaba, se dió de bruces con el queso travieso. Ya no estaba en el cielo, sino bañándose en el estanque de los patos.


.- Te pillé, exclamó, mientras corría alzando su pequeña pezuña de pelo y plástico.


Pero cuando intentó cogerlo, el queso se deshizo en mil pedazos, y Carolino, asustado, se cayó al agua.


Mojado y muy triste, se quedó sentado en mitad de la charca, mientras veía como el quesito lo miraba con ojos que él creía burlones.
Y más y más lloraba Carolino, porque tenía miedo, y tenía frío, y no sabía si sabría volver a casa, y ya se acercaba la hora del amanecer, y cuando Miguel se despertase se asustaría si no estaba allí, y...

.- Por qué lloras Coralino? Le susurró una voz de mujer, desde el agua.

.- Quien me habla, quien eres? Respondió Carolino.

.- Acércate, ves? Soy la Luna.

.- La Luna? Contestó asustado mientras comprobaba que la voz provenía del queso que flotaba en el agua.

Qué es la Luna? Tú no eres la Luna, tú eres un queso, y no me dejas llevarte de vuelta a casa. Te has escapado...

.- Un queso? Jajajaja, exclamó la Luna con su risa dulce y cantarina.
Yo no soy un queso, Carolino, de verdad no sabes quien soy?

.- No lo niegues, eres el queso de Miguel que se escapó de su bolsa de la merienda...

.- Nooooooooooooooooo.
Yo soy la Luna.
Soy la lámpara de las noches oscuras, la luz que guía a los navegantes hacia puertos seguros.

Soy la madre de las mareas y la cuna donde duermen las gaviotas, las nubes y las estrellas.

Bajo mi luz, se besan los novios enamorados y lloran las personas que están tristes.

Soy el prendedor que adorna el pelo negro del cielo que anochece, el baúl donde se guardan los sueños de los niños como Miguel y los ositos como tú, el cofre que atesora las esperanzas...

Soy la Luna, Carolino...
Y como también soy la linterna mágica y brillante que acompaña los pasos de los ositos perdidos cuando deben regresar a su hogar, te acompañaré hasta tu casa.
En breve llegará mi marido el Sol y yo me iré a dormir, he trabajado toda la noche y estoy cansada.

Y además, si Miguel se despierta y no te encuentra entre las sábanas, se pondrá muy triste.

Vamos, sígueme...


Carolino la obedeció mansamente, hipnotizado por su belleza y por la dulzura de su voz.
Al llegar al final del camino, la Luna lo empujó hacia la puerta, besándolo tiernamente en la frente.

.- No soy un queso, recuérdalo. Pero espero que sigas esperándome en tu ventana. Nunca dejes de buscarme en tu horizonte...
Y cuando veas que me hago más pequeñita no te asustes. Yo siempre vuelvo, yo siempre estoy en el Cielo aunque tú no puedas verme.
Como los amigos de verdad, siempre están, aunque tú no puedas verlos.

Sin pensarlo siquiera, reconfortado por aquel beso de luz, Carolino subió corriendo a la habitación y se acurrucó entre los brazos del pequeño Miguel, y se sintió feliz al respirar la tibieza de su aliento.


Y se durmió al instante, mientras en sus orejas de peluche se repetía una y otra vez la dulce cantinela de su amiga la Luna.


.- Yo siempre vuelvo, yo siempre estoy, yo siempre vuelvo, yo siempre estoy...


MIKE OLDFIELD/ MOONLIGHT SHADOW

jueves, 10 de septiembre de 2009

AMANDA

Lo encontró herido de muerte. Pero entonces ella no lo sabía.
Y una dosis exacta de jarabe fue suficiente para que su alma se partiese en dos y la niña que llevaba tanto tiempo dormida, disfrazada de mujer tremenda, saliese de su letargo de años para mostrarse tal como era.
Y procuró curar sus heridas con besos y lágrimas, y lo esperó como esperó Penélope cuando lo vió alejarse sin remisión del lugar donde vivieron su sueño.


Vuelve a Itaca, le susurraba en sueños. Vuelve, vuelve...


Inventó cuentos a la luna y aspiró a ser su cielo protector, su reposo y su guía, protegerlo y acunarlo en su regazo.
Le regaló palabras desesperadas como una noche sin estrellas, agrias como el zumón de un limón verde y cortante, dulces como la tarta de chocolate que tantas veces cocinó para él.
Letras y música para demostrarle, desesperadamente, que amaba por igual al niño y al hombre, al animal y al hombre y que adoraba sobre todo, su risa.


Se vistió de novia enamorada, somos novios, le dijo una vez, deseando con toda su alma que fuese cierto, que la noche fuese menos noche y que el hombre que fumaba un pitillo apoyado en una farola la estuviese esperando a ella...


Y lo llevó de la mano por un teatro mágico de tiempos reservados a la locura, intentó enseñarlo a bailar... pero ella también quería morir. Ella también tenía miedo en las noches oscuras, y vivía rodeada de abrazos rotos y deseos de cosas imposibles. Y no sabía jugar al ajedrez.


Una noche, soñó con una cocina blanca y un pijama compartido, y le regaló sus ramas para que pudiese cobijarse entre ellas en los días de lluvia. Qué otra cosa podía hacer un corazón hambriento...


Decidió llamarse Armanda, porque quería hacerlo feliz. Quería que la recordase por siempre. Que bailase con ella eternamente y seguir enredada en sus pies en una danza infinita y eterna.


Pero no pudo ser. La felicidad no existe, se trata sólo de instantes, de momentos, de chispazos fugaces, la felicidad es sólo una lluvia de estrellas.


Quiso ser Armanda pero se llamó Amanda. Tal vez por eso se cerró el telón una mañana de domingo ante sus ojos asustados, el corazón latiendo y el cerebro dando mil vueltas de arlequín borracho, sin entender los motivos.


Quiso ser Armanda pero no pudo. Se le había olvidado una letra. La erre de real...
La realidad se interpuso, se había interpuesto siempre entre ellos como un muro insalvable.


Y la Armanda que quiso ser, fue sólo Amanda.
Y Amanda se sentó en el andén de una tarde agosto, esperando ver pasar el tren de los sueños imposibles, tarareando entre lágrimas la canción que la había llevado hasta allí y la había acompañado en el viaje más triste y a la vez maravilloso que había emprendido en toda su vida...


21 JAPONESAS/ TIEMPO RESERVADO A LA LOCURA


lunes, 7 de septiembre de 2009

APOLOGÍA DE LAS LÁGRIMAS

Lloramos al nacer… es lo primero que hacemos al venir al mundo.
Dicen que para que el aire entre en los pulmones y éstos se pongan en marcha llenándose de aire, llenándose de vida. Yo creo que en el fondo se trata de un lamento, que no son más que lágrimas que brotan espontáneamente cuando nos vemos obligados a abandonar la cuna líquida, el refugio que nos ha protegido y alimentado durante nueve meses…

Y seguimos llorando el resto de nuestra vida. Alguien dijo una vez que precisamente ese tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte, no es otra cosa que un valle de lágrimas…


Me gusta llorar. Me hace sentirme mejor, me reconcilia con el mundo y conmigo misma, me demuestra que por encima de todo soy pura emoción y sentimiento…

Reivindico mi derecho a llorar. Lágrimas de alegría, de felicidad… lágrimas que brotan espontáneamente cuando el corazón se hincha como un globo de helio, cuando la vida te regala esos instantes de lucidez en los que eres capaz de apreciar la belleza de una flor en el campo, del mar agitándose fiero contra el espigón, de una mirada cargada de amor y deseo…


Lágrimas de ternura, unos labios prendidos al pecho, unas manos diminutas que se aferran a ti para sobrevivir…
Lágrimas de esperanza, lágrimas que se lloran después de un orgasmo especialmente intenso mientras sientes que la vida se escapa por cada poro de tu piel y el pulso lucha para recuperar el ritmo y la cadencia…
Lágrimas de dolor, de rabia, de frustración. Cristalinas como el mar que alguna vez fue, negras como la más oscura de las noches…

Llorar porque sí, porque lo sientes, porque lo necesitas. No importa el motivo… Por lo que pudo haber sido y no fue, por lo que debería ser y no es…

Por los momentos perdidos y olvidados, por los momentos perdidos pero que permanecerán para siempre en la memoria. En ocasiones, arrancárselas casi a puñetazos, cuando te das cuenta, cuando sientes que ni la persona ni la situación que las provoca vale la pena. No querer llorar, pero hacerlo sin remisión, sin poder evitarlo…


La mayoría de las veces, dejarlas resbalar suavemente por las mejillas, sintiendo su calidez, permitirles que lleguen a los labios para sentir su sabor salado y acre…

Esperar un beso, un gesto, una caricia que las borre sin remisión de tu rostro. Esperar que alguien se las beba suavemente mientras aparta con suavidad el pelo de tu cara… Llorar y reir al mismo tiempo. ..
Llorar y sufrir al mismo tiempo…
Llorar y vivir …
Llorar al morir, intentando ver entre lágrimas, ese lugar ansiado más allá del arcoiris.

ROY ORBISON & K.D LANG/ CRYING




sábado, 5 de septiembre de 2009

VOLVER A SER UN NIÑO...

Uno de los primeros recuerdos que guardo de mi niñez es el de una niña rubia rubísima, con el pelo casi blanco, ojos grandes y piernas largas llenas de moratones y postillas, que camina por una calle y se detiene a mirarse en un escaparate. Es verano y hace calor. Lleva unos pantalones cortos y una camisita corta de cuadros de vichy verdes y blancos. Sandalias blancas y un bolso de ganchillo verde. Unas gafas de sol hexagonales, de puro plástico, con la montura blanca y lo que deberían ser cristales, de color verde por supuesto (por aquel entonces no se sabía del peligro de los rayos UVA para los ojos ni para lap iel, ni existían las recomendaciones de la UE. Las gafas de sol para niños se vendían en los kioscos y no en las farmacias…)
El reflejo de esa niña en el escaparte me provoca una sonrisa porque no es otra cosa que el retrato fiel de muchas de las cosas que sigo siendo…
Ya no soy rubia rubísima, el tiempo se encargó de oscurecer mi pelo lo suficiente como para necesitar las mechas y gastarme un pastón en la peluquería para mantener mi característico rubio castaño. Sigo teniendo las piernas largas y casi siempre con algún vestigio de mi archiconocida tendencia a caerme y a golpearme con las esquinas…
Y sigo mirándome en los escaparates, no puedo evitarlo. Y me gustan los trapos y soy una maniática de la combinación de colores. Y me chiflan los bolsos, y, y… Y me confieso una adicta a las gafas de sol. No puedo salir sin ellas, ya sea verano o invierno… mis ojos son demasiado sensibles y la más mínima claridad o el más pequeño resol los humedecen y los llenan de resquemores…
Me gusta saber que a pesar de los años que han pasado desde entonces, sigo siendo un poco aquella enana que se contemplaba presumida en un cristal. Que a pesar del paso del tiempo la niña que una vez fui sigue dentro de mí, es parte de mí. Soy yo. Y quiero que eso no cambie nunca, no quiero cambiar nunca…
Ojalá pudiésemos seguir siendo siempre niños. Y no… no me refiero a un Síndrome de Peter Pan mal entendido. Hablo de conservar la capacidad de mirar el mundo a través del caleidoscopio de la inocencia, de desconocer el significado de palabras que no deberíamos pronunciar jamás, de la facultad de creer en la magia, en el poder de los sueños…
Ser capaces de regresar al lugar de la ternura, abrir sin miedo el baúl de los abrazos que nos hacen recuperar la fe, que nos reconcilian con la vida… Llorar hasta la extenuación, correr por un jardín de sonrisas, flotar en nubes de ilusiones y deseos.
Reírse por cosas tontas, caminar a saltitos por la calle, volar en un columpio hasta las estrellas…
Imaginar mil travesuras, ser capaces de cambiar el nombre de las cosas y encontrar ese abrigo que te quita el frío en las noches más lluviosas… Porque entonces, sin duda, todo sería mucho más sencillo…



PAU DONÉS/ VOLVER A SER UN NIÑO

lunes, 31 de agosto de 2009

CARLA





* Conocí a Carla (supongamos que se llama así) una tarde de guardia en una Comisaría cualquiera. Con la cara destrozada y el alma hecha jirones me regaló su historia y me dió permiso para escribir algún día sobre ella.


Porque los cuentos de hadas son sólo eso, cuentos de hadas. Porque el amor se convierte en un muñeco inútil cuando no es correspondido, lamentablemente Carla no fue feliz, ni comió perdiz. Y probablemente nunca llegue a ser la princesa que siempre creía ver dibujada entre las nubes...


Se entretuvo mirando la mancha de humedad del techo.


Tumbada en la cama, medio desnuda y con el olor acre a sexo reciente aún flotando en el aire, quiso ponerle nombre a aquella sombra oscura e indefinida. Igual que hacía cuando era una niña al contemplar las nubes. Le encantaba mirarlas y descubrir en cada una de ellas la silueta de un objeto, un animal o un personaje de cuento. También es cierto que casi siempre veía princesas y príncipes. Sin embargo, por más que lo intenta, por más que evoca la capacidad infantil de soñar, no consigue descifrar el código secreto de ese manchurrón que cuelga del cielo de su habitación y que parece llorar en los días grises de lluvia…


……………………………………….


Desde hace unos días lo espera con impaciencia. Porque él es distinto. Porque no le muerde los labios al besarla, porque la desnuda lentamente, porque recorre su cuerpo sin prisa deteniéndose en los lugares más recónditos y húmedos, porque la mira con la vehemencia de un adolescente y la posee con la urgencia de un hombre. Desde hace unos días no coge el teléfono si en la pantalla aparece otro número distinto al de él. Y se enfurruña como una niña cuando no la llama, y se mete en la cama a llorar su ausencia, con el dolor de una esposa abandonada, como lloraría una novia dejada a su suerte a los pies del altar...


Desde hace unos días se mira en el espejo intentando descubrir el primer atisbo de celulitis, las primeras estrías, los primeros signos que anuncien que su cuerpo se está desgastando. Desde hace unos días se avergüenza de las marcas que aún quedan en sus brazos y en sus pies, estigmas que le recuerdan tiempos de oscuridad y frío...


Desde hace unos días lagrimea con las canciones románticas, y busca vestidos bonitos en los escaparates y se queda como boba mirando a los niños jugar en el parque y sonríe a los abuelos que toman el sol en la plaza...


Desde hace unos días ya no es ella, es otra la que vive en ese disfraz que tiene su misma cara y sus mismas formas pero que ya no es ella, desde hace unos días se pregunta si eso que está sintiendo no será lo más parecido a ser feliz…


………………………….



Como siempre, él buscó en la cartera mientras se abrochaba con una mano la camisa. Y depositó, casi con verguenza, los cincuenta euros de rigor encima de la mesilla de noche.


.- Coge el dinero, no lo quiero.


.- Cómo que no lo quieres. Joder nena. Es tu trabajo, te vas a arruinar como sigas así. No vas a ir de gratis.


.- Contigo sí…


Sonrió con timidez y guardó el dinero en la cartera. Le dió un beso en los labios, leve, casi etéreo y le prometió que volvería al día siguiente...


Cuando lo vió desaparecer por la puerta, cuando se quedó sola en aquella habitación aún llena de él, volvió a mirar hacia arriba para jugar a su juego favorito. Y entonces lo supo con certeza. Y descubrió en aquel techo, la silueta perfecta, los contornos precisos de un corazón de color sepia...


LOS SECRETOS/ POR EL TÚNEL



viernes, 28 de agosto de 2009

EL FINAL DEL VERANO

Y el verano se aleja, mostrándonos con los últimos rayos de sol la proximidad del otoño ocre y tardío.
El aire huele aún a crema protectora, a toallas tendidas en el césped, tal vez durmiendo su sueño de felpa sobre la arena... las nubes anuncian el aroma del cloro y el salitre en la piel.
Arranco las hojas de mi calendario y siento que se aproxima el frío, la lluvia, las tardes grises y las noches eternas...
Volverán las mañanas de mirar con desesperación el despertador, deseando haber dormido más, los días se sucederán uno tras otro, siempre con prisas, siempre corriendo y los domingos se convertirán de nuevo en los días que detesto, nunca he sabido el motivo, o tal vez lo conozco demasiado bien...
Se quedarán atrás los campos amarillos, la carretera gris que he recorrido en mi bicicileta esperando noticias que nunca llegaron, los atardeceres rojos, el río y su agua helada, las risas y la compañía de los viejos amigos, las cenas en el jardín y los desayunos en pijama, pereza, abandono, nada que hacer, mucho en qué pensar...
Tal vez ya nada sea como antes, quizá todo sea en realidad como siempre.
Y mientras preparo las maletas para regresar a la bendita rutina, al calor conocido de mi ciudad, a la visión espectacular del mar que tanto añoro, suena en mi cabeza una y otra vez una canción...
EL FINAL DEL VERANO/ DÚO DINÁMICO