miércoles, 23 de diciembre de 2009

NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO



Era temprano, yo aún seguía dormida.
Imagino que me habría quedado a ver alguna película de esas que ponen por estas fechas una y otra vez la noche anterior.
Mi madre me zarandeó suavemente, siempre me ha costado horrores despertar.

.- Güelita ya murió...

Y en aquel momento sentí como si una parte de mí, de mi vida, de mi infancia, se escapase volando entre las nubes para no volver jamás.
Me vestí a toda prisa, sin saber muy bien lo que hacía, sin lágrimas aún.
Y corrí hasta su casa, me escapé a pesar de los requerimientos de mi madre, a pesar de que llovía a mares.

Recuerdo las luces de Navidad aún encendidas en las calles, recuerdo que quería que se apagasen, que todo se quedase a oscuras, que cesasen los villancicos y la alegría fingida de los primeros paseantes. Quería gritar pero mi voz estaba escondida en algún lugar del alma, quería llorar y mis lágrimas se negaban a brotar, ateridas de frio y amordazadas por aquel nudo en la garganta y en el pecho que me impedía respirar.

Tenía quince años pero me sentía vieja de repente, porque era dolorosamente consciente de que la había perdido para siempre, de que ya no volvería a escuchar su voz. Sabía que con ella se había derrumbado para siempre mi único refugio y la certeza de su amor incondicional.

Sí, he olvidado su voz. Puedo recordar sus manos y sus caricias y sus abrazos a medianoche, cuando las pesadillas me sacudían y tenía miedo a la oscuridad y a la noche.

Puedo recordar su risa cantarina y la inocencia y el brillo de sus ojos siempre jóvenes. Puedo recordar su presencia y el orgullo con el que me miraba, era su nieta mayor, la que estaba siempre enferma, la que le pedía que le pintase los labios y le prestase sus vestidos y su collar de perlas de mentira.

Péiname, güeli, pero sin estirar, que me haces daño...

Puedo recordar su mal genio cuando se enfadaba, pero tambien su ternura y su regazo cálido y acogedor. Sí, nos parecemos tanto...

Eres mi preferida, me decía. Pero no se lo cuentes a tus primos, se enfadarían.
Es un secreto entre tú y yo. Silencio, silencio, silencio... Chsssssssssssss.

Y yo me sentía importante y sabía que siempre sería así, que por algún inexplicable motivo había algo que nos unía, que nos uniría para siempre.

Y también sabía que cuando ella no estuviese, yo tampoco estaría del todo.
Por eso, mientras corría hacia su casa, sabía que una parte de mí se había muerto un poquito también.

Anoche soñé con ella, una vez más.
Y creí verla entre las nubes. Y por un momento pensé que estos casi veinticinco años sólo habían sido una pesadilla, que ella seguiría a mi lado cuando me despertase, oliendo a leche caliente y galletas María.

Pensé que ya no volvería a detestar las luces de colores colgando inertes en las calles. Y que no sería necesario cerrar los ojos para intentar recordar su voz. Creí que me diría como tantas veces, duerme otro poco, tápate bien que hace mucho frío, vamos, vamos...
Creí que yo me acurrucaría como siempre entre las sábanas de algodón esperando con impaciencia a que sometiese los extremos del embozo entre la almohada, mi nariz sumergida en ese saquito mágico con olor a jabón de marsella y lavanda.

Pero tan solo fue un sueño...

BARBRA STREISAND/ MEMORY

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