
* Conocí a Carla (supongamos que se llama así) una tarde de guardia en una Comisaría cualquiera. Con la cara destrozada y el alma hecha jirones me regaló su historia y me dió permiso para escribir algún día sobre ella.
Porque los cuentos de hadas son sólo eso, cuentos de hadas. Porque el amor se convierte en un muñeco inútil cuando no es correspondido, lamentablemente Carla no fue feliz, ni comió perdiz. Y probablemente nunca llegue a ser la princesa que siempre creía ver dibujada entre las nubes...
Se entretuvo mirando la mancha de humedad del techo.
Tumbada en la cama, medio desnuda y con el olor acre a sexo reciente aún flotando en el aire, quiso ponerle nombre a aquella sombra oscura e indefinida. Igual que hacía cuando era una niña al contemplar las nubes. Le encantaba mirarlas y descubrir en cada una de ellas la silueta de un objeto, un animal o un personaje de cuento. También es cierto que casi siempre veía princesas y príncipes. Sin embargo, por más que lo intenta, por más que evoca la capacidad infantil de soñar, no consigue descifrar el código secreto de ese manchurrón que cuelga del cielo de su habitación y que parece llorar en los días grises de lluvia…
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Desde hace unos días lo espera con impaciencia. Porque él es distinto. Porque no le muerde los labios al besarla, porque la desnuda lentamente, porque recorre su cuerpo sin prisa deteniéndose en los lugares más recónditos y húmedos, porque la mira con la vehemencia de un adolescente y la posee con la urgencia de un hombre. Desde hace unos días no coge el teléfono si en la pantalla aparece otro número distinto al de él. Y se enfurruña como una niña cuando no la llama, y se mete en la cama a llorar su ausencia, con el dolor de una esposa abandonada, como lloraría una novia dejada a su suerte a los pies del altar...
Desde hace unos días se mira en el espejo intentando descubrir el primer atisbo de celulitis, las primeras estrías, los primeros signos que anuncien que su cuerpo se está desgastando. Desde hace unos días se avergüenza de las marcas que aún quedan en sus brazos y en sus pies, estigmas que le recuerdan tiempos de oscuridad y frío...
Desde hace unos días lagrimea con las canciones románticas, y busca vestidos bonitos en los escaparates y se queda como boba mirando a los niños jugar en el parque y sonríe a los abuelos que toman el sol en la plaza...
Desde hace unos días ya no es ella, es otra la que vive en ese disfraz que tiene su misma cara y sus mismas formas pero que ya no es ella, desde hace unos días se pregunta si eso que está sintiendo no será lo más parecido a ser feliz…
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Como siempre, él buscó en la cartera mientras se abrochaba con una mano la camisa. Y depositó, casi con verguenza, los cincuenta euros de rigor encima de la mesilla de noche.
.- Coge el dinero, no lo quiero.
.- Cómo que no lo quieres. Joder nena. Es tu trabajo, te vas a arruinar como sigas así. No vas a ir de gratis.
.- Contigo sí…
Sonrió con timidez y guardó el dinero en la cartera. Le dió un beso en los labios, leve, casi etéreo y le prometió que volvería al día siguiente...
Cuando lo vió desaparecer por la puerta, cuando se quedó sola en aquella habitación aún llena de él, volvió a mirar hacia arriba para jugar a su juego favorito. Y entonces lo supo con certeza. Y descubrió en aquel techo, la silueta perfecta, los contornos precisos de un corazón de color sepia...
LOS SECRETOS/ POR EL TÚNEL