
Si hubiese nacido en Triana por poner un ejemplo, a estas alturas sería una folclórica de esas que se desgarra cantando coplas, me habría casado con un torero y sufriría mucho. Con razón interpreto como nadie los grandes éxitos de la Jurado y bordo el Marinero de Luces en el karaoke...
Siempre digo medio en broma, medio en serio que soy una folclórica de los sentimientos: excesiva, entregada, tremenda y tremendista... Dueña de un corazón loco capaz de cobijar las más altas pasiones. No, muy a mi pesar en ocasiones, las más bajas. Por más que he ensayado, por más que me lo propongo, no soy capaz de sentir odio. Ni rencor siquiera, Y a veces me gustaría. Mil veces he buscado en los periódicos el anuncio de algún Máster en Agravios Comparativos, Odios Eternos y otras Minucias.
Pero no soy de hacer inventarios de desagravios. No me gusta eso del debe y el haber. No me gusta hacer contabilidad de acciones y reacciones.
Después de la rabia, incluso de la ira, que para eso soy como soy, me instalo en la indiferencia. Sin pretenderlo. Simplemente deja de importarme. Simplemente perdono, cuando hay algo que perdonar, si es que hay algo que perdonar. Y luego, olvido...
Nací en las frías y brumosas tierras del Norte y por mis venas corre sangre gallega de segunda generación. Supongo que eso añade el toque melancólico, nostálgico y dado a la morriña que surge y nace y brota en mí, sin quererlo, porque sí... Quizá por eso también soy la reina del Eres Tú y los grandes temas de Luz Casal, micrófono en mano...
No resulta fácil, a mí no me resulta por lo menos, sonreir vestida de gris y lluvia.
Creo que es por eso que no me gusta el invierno, no me gusta la oscuridad del cielo de Enero, el frío, el nordeste que me despeina cuando camino por las calles. Prefiero el sol.
Hoy paseando por un camino de tablas perfectas que recorre la playa de Rodiles, rodeada de corazones latiendo al compás del mío. Bañada por los rayos de ese astro bendito, dejándome acariciar por sus manos en mi espalda, supe que el hielo se estaba derritiendo. Que el tiempo por fin transcurre a la inversa, que me he colgado de las manecillas del reloj de mi vida para regresar al tiempo que nunca debió pasar.
Hoy saqué mi corazón de la caja de terciopelo y sangre que lo acoge, encerrado bajo siete llaves de plata y luz. Y lo tendí al sol.
Pude sentir la tibieza de sus rayos justo en el centro de mi pecho. Y como si de un bálsamo mágico se tratase, su calor consiguió cauterizar el dolor y en su lugar quedó una cicatriz tan pequeña como un grano de arena.
Hoy caminé en dirección al sol y lo abracé con mis dedos. Y vestida de amarillo, la sonrisa retorno a mi cara. Tuve la certeza de que ya no importa. Y pensé: está todo bien.
NINA SIMONE/ HERE COMES THE SUN