lunes, 31 de agosto de 2009

CARLA





* Conocí a Carla (supongamos que se llama así) una tarde de guardia en una Comisaría cualquiera. Con la cara destrozada y el alma hecha jirones me regaló su historia y me dió permiso para escribir algún día sobre ella.


Porque los cuentos de hadas son sólo eso, cuentos de hadas. Porque el amor se convierte en un muñeco inútil cuando no es correspondido, lamentablemente Carla no fue feliz, ni comió perdiz. Y probablemente nunca llegue a ser la princesa que siempre creía ver dibujada entre las nubes...


Se entretuvo mirando la mancha de humedad del techo.


Tumbada en la cama, medio desnuda y con el olor acre a sexo reciente aún flotando en el aire, quiso ponerle nombre a aquella sombra oscura e indefinida. Igual que hacía cuando era una niña al contemplar las nubes. Le encantaba mirarlas y descubrir en cada una de ellas la silueta de un objeto, un animal o un personaje de cuento. También es cierto que casi siempre veía princesas y príncipes. Sin embargo, por más que lo intenta, por más que evoca la capacidad infantil de soñar, no consigue descifrar el código secreto de ese manchurrón que cuelga del cielo de su habitación y que parece llorar en los días grises de lluvia…


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Desde hace unos días lo espera con impaciencia. Porque él es distinto. Porque no le muerde los labios al besarla, porque la desnuda lentamente, porque recorre su cuerpo sin prisa deteniéndose en los lugares más recónditos y húmedos, porque la mira con la vehemencia de un adolescente y la posee con la urgencia de un hombre. Desde hace unos días no coge el teléfono si en la pantalla aparece otro número distinto al de él. Y se enfurruña como una niña cuando no la llama, y se mete en la cama a llorar su ausencia, con el dolor de una esposa abandonada, como lloraría una novia dejada a su suerte a los pies del altar...


Desde hace unos días se mira en el espejo intentando descubrir el primer atisbo de celulitis, las primeras estrías, los primeros signos que anuncien que su cuerpo se está desgastando. Desde hace unos días se avergüenza de las marcas que aún quedan en sus brazos y en sus pies, estigmas que le recuerdan tiempos de oscuridad y frío...


Desde hace unos días lagrimea con las canciones románticas, y busca vestidos bonitos en los escaparates y se queda como boba mirando a los niños jugar en el parque y sonríe a los abuelos que toman el sol en la plaza...


Desde hace unos días ya no es ella, es otra la que vive en ese disfraz que tiene su misma cara y sus mismas formas pero que ya no es ella, desde hace unos días se pregunta si eso que está sintiendo no será lo más parecido a ser feliz…


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Como siempre, él buscó en la cartera mientras se abrochaba con una mano la camisa. Y depositó, casi con verguenza, los cincuenta euros de rigor encima de la mesilla de noche.


.- Coge el dinero, no lo quiero.


.- Cómo que no lo quieres. Joder nena. Es tu trabajo, te vas a arruinar como sigas así. No vas a ir de gratis.


.- Contigo sí…


Sonrió con timidez y guardó el dinero en la cartera. Le dió un beso en los labios, leve, casi etéreo y le prometió que volvería al día siguiente...


Cuando lo vió desaparecer por la puerta, cuando se quedó sola en aquella habitación aún llena de él, volvió a mirar hacia arriba para jugar a su juego favorito. Y entonces lo supo con certeza. Y descubrió en aquel techo, la silueta perfecta, los contornos precisos de un corazón de color sepia...


LOS SECRETOS/ POR EL TÚNEL



viernes, 28 de agosto de 2009

EL FINAL DEL VERANO

Y el verano se aleja, mostrándonos con los últimos rayos de sol la proximidad del otoño ocre y tardío.
El aire huele aún a crema protectora, a toallas tendidas en el césped, tal vez durmiendo su sueño de felpa sobre la arena... las nubes anuncian el aroma del cloro y el salitre en la piel.
Arranco las hojas de mi calendario y siento que se aproxima el frío, la lluvia, las tardes grises y las noches eternas...
Volverán las mañanas de mirar con desesperación el despertador, deseando haber dormido más, los días se sucederán uno tras otro, siempre con prisas, siempre corriendo y los domingos se convertirán de nuevo en los días que detesto, nunca he sabido el motivo, o tal vez lo conozco demasiado bien...
Se quedarán atrás los campos amarillos, la carretera gris que he recorrido en mi bicicileta esperando noticias que nunca llegaron, los atardeceres rojos, el río y su agua helada, las risas y la compañía de los viejos amigos, las cenas en el jardín y los desayunos en pijama, pereza, abandono, nada que hacer, mucho en qué pensar...
Tal vez ya nada sea como antes, quizá todo sea en realidad como siempre.
Y mientras preparo las maletas para regresar a la bendita rutina, al calor conocido de mi ciudad, a la visión espectacular del mar que tanto añoro, suena en mi cabeza una y otra vez una canción...
EL FINAL DEL VERANO/ DÚO DINÁMICO


sábado, 22 de agosto de 2009

DIA DE BODA


El sol lame con desidia las calles y el mar parece más azul que nunca.

Camino por ese muro que todos los días extraño, recién salida de la peluquería, manicura y depilación perfecta y me miro en cualquier escaparate y pienso que me ha crecido el pelo mientras mi melena roza la espalda que deja al aire la camiseta de tirantes que me he puesto para salir a mimarme un poco a mí misma...

Y llegará la tarde, y me pondré delante del espejo para borrar con maquillaje las huellas de una noche sin dormir y volveré a pintar en mi rostro la mejor de mis sonrisas.

Un vestido nuevo deslumbrante, sandalias de tacón y el bolso de fiesta que fue de mi abuela, y que atesoro como el más preciado de sus recuerdos.

Sonarán las campanas y no me quedará más remedio que rendirme a la tarea de besar a familiares y amigos, a muchos no los he visto en tanto tiempo... y seguiré sonriendo mientras busco entre la gente la silueta menuda de mi Lelo, que hoy casa a la última niña que llegó a mi familia, casi de rebote. Una niña que hoy es ya una mujer.

Mi abuelo sólo entraba a misa en las bodas de sus nietos y se colocaba en primera fila, serio y orgulloso, con su traje planchado a la perfección y su corbata negra en memoria de la mujer a la que amó toda su vida, el pelo cano peinado con agua de colonia y una flor en la solapa...

Tantas veces adiviné en sus ojos el brillo de una lágrima fugaz, tantas veces el ligero temblor de su mentón.

.- Lelo, ibas a llorar, eh? Que te ví, no lo niegues...

.- Calla Elenina y déjame en paz. Y tapa esa pechuga, no sé a dónde vas así que te vas a matar con esos tacones.

Eran nuestras pequeñas bromas, me encantaba picarlo y que se enfadase. Así tenía una disculpa para acariciarle el pelo y darle un beso...

Pero mi Lelo ya no está, en esta boda ya no.

Y lo seguiré buscando mientras cenamos, en la mesa presidencial como siempre fue, saliendo mil veces al baño por culpa de su próstata, o fumando la pequeña señorita que se permitía en días como este.

Sonará el vals. Y mil mariposas se instalarán en mi estómago, deseando una y otra vez tenerlo a mi lado para bromear con él, para contestarle que el contenido de mi vaso es sólo kas de limón, nunca llegó a entender del todo que las mujeres bebiésemos nada que no fuese café...

Y reiré y estaré estupenda, bailaré y daré palmas y me sumaré a los vivas a los novios.

Me convenceré a mí misma de que a pesar de todo, hoy es un día para ser y estar feliz.

Pero te echaré de menos, güelito...

TYLER HILTON/ MISSING YOU


lunes, 10 de agosto de 2009

CASTILLOS DE ARENA

Cuando era una niña, me encantaba construir castillos en la arena. Me gustaba sobre todo, adornarlos... Con arena mojada entre mis manos, iba dejando que cayese lentamente, formando torres de rizos, de pequeños pegotes que al secarse, me recordaban la silueta de un bosque encantado, de un laberinto de tierra...
Por eso cuando ví una construcción de Gaudí por primera vez me enamoré. Porque me recordaba a los castillos de arena de mi infancia. Pero esa es otra historia... El caso es que podía pasarme horas y horas haciendo mis castillos, túneles, pozos y por supuesto muchas torres de churretones de arena.
Recuerdo un día en que había construído uno precioso, no me cansaba de mirarlo. De repente, un niño que pasaba, sin más se acercó y le pegó una patada. Y mi castillo se vino abajo. Lloré tanto... no entendía por qué aquél niño lleno de rabia había dado una patada sin motivo a mi castillo y lo había destruído.
Hoy me he vuelto a sentir así. Tal vez sea el riesgo de contruir castillos de arena. Son frágiles, sólo arena húmeda que se acabará secando con el sol. En realidad están condenados a desaparecer, a que se los lleve una ola, a caerse por sí solos...
O simplemente a que alguien que pase a su lado, tal vez sin mirarlos, les de una patada. Pero como ya eres mayor, no lloras. Te quedas mirando con cara de idiota, intentando buscar la letra entre la arena. Creyendo que tal vez puedas reconstruir una vez más el castillo. Pero ya no está. Ya no la sientes. Sólo queda la música.
16 de abril de 2009


LEONARD COHEN/ DANCE ME TO THE END OF LOVE