sábado, 28 de noviembre de 2009

EVA



Miró por la ventana.
Hacía frío, lo decían las nubes de color morado en el cielo. Lo decía la Luna, rodeada de estrellas invisibles.
Respiró contra el cristal y un círculo de vaho se dibujó muy cerca de su nariz. Sonrió mientras veía en sus recuerdos la imagen de una niña perfilando con los dedos corazones sobre las manchas pálidas de aliento en los espejos.

Y se sorprendió porque durante mucho tiempo había creído que ya nunca más volvería a hacerlo. Ya no recordaba cómo era sonreir. Las comisuras de los labios hacia arriba y los ojos chispeantes... Sí, se hacía así, pero lo había olvidado. No se acordaba porque llevaba demasiado tiempo llorando. Demasiado tiempo.

Lágrimas en las noches de soledad, acompañada tan solo por la angustia de saber dónde estaría, con quien estaría, para qué estaría, para quien estaría. Para quien estaría que no era ella, que no se llamaba como ella.

Para ella nunca estaba. Tan solo alguna caricia desmañada en los amaneceres de resaca, la habitación oliendo a alcohol y sexo ajeno. Su cuerpo menudo hecho un ovillo en una esquina de la cama, tratando de no molestar, de no ser, de no estar...
Una sonrisa distraída al cerrar la puerta, la culpabilidad asomando a sus ojos azules. Volveré temprano. Temprano, temprano, temprano...

Se hizo amiga del amanecer, de los primeros rayos de sol, de las despedidas tristes de la noche sobre la montaña. Sabía que tarde o temprano con la luz llegaría él, y llenaría la casa de disculpas baratas y promesas de nunca más y ramos de flores robados en cualquier supermercado.

Lo amaba, sí. Lo amaba más que a su vida.
Pero en sus manos se habían ido acumulando el rencor y el peso de la rabia, del abandono y la tristeza.

Lo amaba tanto que había dejado de quererse a sí misma.

Se buscaba en las esquinas de su alma, intentaba reconocerse en el reflejo del agua de lluvia.

Pero se había perdido, ya no existía. Se había ido diluyendo poco a poco lo mismo que la nieve se derrite en marzo.

Y así, casi sin querer, mientras contemplaba el paisaje de invierno que se extendía hacia la playa, quiso encontrarse. Quiso encontrar a la mujer que fue, la que había sido algún día. La que sonreía coqueta en las viejas fotos, la que caminaba con paso firme por las calles de la ciudad. La que guardaba una hembra sensual y poderosa bajo su apariencia de niña buena. La mujer que ya no estaba en ella pero algún día había latido con su mismo corazón.

Con su maleta vieja llena de arena de olvido, cerró la puerta tras de sí sin mirar atrás. Quería empezar de nuevo, necesitaba empezar de nuevo.

Y por segunda vez en ese mismo día, sonrió. Y con su sonrisa de domingo recién estrenada comenzó a caminar calle arriba, pensando que después de todo no era tan difícil. Las comisuras de los labios hacia arriba y los ojos chispeantes. Sí, se hacía así...



EMMYLOU HARRIS/ GOODBYE

lunes, 23 de noviembre de 2009

PORQUE QUIERO



Hubo un tiempo en que creía que podía cambiar el mundo.
Rebelde, contestaria, inconformista...
Hubo un tiempo en que creía que podría hacerlo.

Imagino que la vida todavía no me había enseñado que a veces, que muchas veces, no es fácil. No es fácil cambiar la realidad porque esa realidad nos golpea una y otra vez despiadada, ferozmente.

Cuentan en mi casa, divertidos, que siendo casi un bebé, lloraba cuando entraba en una Iglesia. Al parecer quería ponerle tiritas a Jesusito porque estaba sangrando... Y aunque sea una tontería, creo que ese pequeño detalle es el que me define, el que dice tanto de mí, de cómo soy y como he sido siempre.
Defensora de causas perdidas, abogada del diablo, tocapelotas intransigente, la voz de los sinvoz.
Elena la delegada de Curso, la representante de los estudiantes en la Facultad, la protestona, la suspicaz, la sensible, la de la lágrima fácil... La niña en el bautizo, la novia en la boda y la muerta en el entierro...

Y no hice caso cuando me decían que me dedicase a otra cosa. No hice caso porque creía que podía cambiar el mundo.Y no se hasta qué punto hice bien.

Porque aún hoy, después de unos cuantos años ejerciendo esta profesión mía me cuesta contener las lágrimas cuando veo a una mujer destrozada llorando en una Comisaría, cuando observo atónita cómo los niños son utilizados como monedas de cambio, como objetos, con tal de hacer daño a aquel o aquella que te dejó de querer.

Porque no puedo evitar que un nudo se me atraviese en la garganta al contemplar, al sentir tantas injusticias a mi alrededor, tantos errores humanos que traen consigo consecuencias fatales. Tanta desidia, tanto egoísmo, tanta maldad. Y quiero gritar, y a veces lo consigo.

Otras veces me quedo escondida en un rincón y me encierro en mis silencios, he aprendido a contar hasta cien. Pero cuando lo hago, cuando intento no pensar, no involucrarme, no sentir, no vivir vidas que no son la mía, me siento aún peor porque entonces, es entonces cuando dejo de ser yo.

Y no quiero. No quiero perder mi esencia, algo que forma parte de mí.
Quiero seguir emocionándome hasta las lágrimas al contemplar una puesta de sol, al mirar con envidia a una pareja de ancianos que pasea de la mano, al escuchar a los niños jugando felices en un parque cualquiera.

Prefiero sentir aunque eso me haga daño. Prefiero mil veces amar con desesperación, luchar por cosas banales, protestar por causas ridículas. Aunque a cambio también sufra y me desespere y llegue a pensar que no quiero hacerlo, que no quiero ser así. Prefiero eso a no ser ni sentir, a amordazar esta puñetera sensibilidad que me regaló un hada buena el día que nací. Quiero seguir sintiendo que estoy viva, que mi corazón no se ha dejado engullir por el desánimo, que no he perdido la esperanza.

Porque quiero seguir pensando que puedo cambiar el mundo.
Porque quiero seguir estando.
Porque hoy daría algo por saber cómo se puede salvar una vida...

THE FRAY/ HOW TO SAVE A LIFE

sábado, 14 de noviembre de 2009

UN PASEO POR LA LUNA


Me gusta salir a pasear por dentro de mí.
Son esos pequeños momentos en que me quedo en silencio, mirando hacia ningún lado, con los ojos cerrados aunque los tenga abiertos. Sólo existo yo y mis sentimientos, las llanuras que habitan en mi mente, los páramos por los que me gusta merodear...

Entonces busco una luna que aunque no pueda ver prendida en el cielo, yo sé que alumbra con sus rayos de acero a otros amantes ávidos, a otros durmientes insomnes, a otros navegantes abocados al naufragio. A esos mismos que caprichosamente dejará envueltos en un manto de negrura y estrellas, cuando decida volver a mi cielo.

Sé que regresará para convertirse en una cuna, la luna-cuna en la que duermen los niños que no quieren crecer, los que nunca llegarán a hacerlo, los que lo hicieron demasiado pronto, los que no quisieron abandonar jamás el país de los sueños... Los que siempre añorarán una palabra de consuelo en las noches de tormenta.

Desafío las leyes de la gravedad y en días especialmente oscuros consigo volar, flotar, sumergirme en el océano azul del cielo y el viento que sacude mi melena. Ligera y sin ataduras, sólo yo, nadie más que yo. A solas conmigo misma. Con mi vida, con mis pensamientos y mis deseos. En silencio. En esos momentos de silencio que tanto necesito para reencontrarme a mí misma.

Camino, me desplazo, me elevo hasta ella y quiero tocarla con las yemas de mis dedos mientras mis pies me dirigen hacia mí misma, hacia mi interior. Hacia lo que soy, lo que he sido y lo que seré. Hacia la Luna que vive en mi corazón.

A veces bajo las escaleras de dos en dos, y pierdo el norte, mi Norte, y hasta la respiración.

Y lamento que todo sea tan normal.

Y me paso las noches descosiendo las horas.

Y vuelvo a tiritar.

Y pienso que ha sido sólo un momento de bajada.

Y quiero creer que no pasa nada.

Y sigo buscando una luna que ande sola.

Y salgo a pasear por dentro de mí...


EXTREMODURO/ BUSCANDO UNA LUNA

martes, 3 de noviembre de 2009

MI ESTRELLA


Fue mucho antes de que a los americanos se les ocurriese vender trocitos de Luna por un módico precio. Mucho antes de todo eso...

Yo tengo una estrella en el cielo. Es mía. Es mi estrella.

Tenía quince, tal vez dieciséis años. Los curas de mi Colegio tenían una Cabaña en el monte. Una construcción que alguien les regaló y que ellos, con la ayuda de los alumnos habían restaurado pacientemente para convertirla en refugio, en lugar de encuentro...

Había pocas cosas que nos gustasen más que subir a la Cabaña. Una caminata infernal, una cuesta que siempre se nos hacía interminable, saltar vallas de madera, sortear un pequeño riachuelo, aspirar el olor a hierba y a libertad. Mochila al hombro, disfrutar del paisaje, del cielo azul, del sol ardiente de mediodía...

Chocolate, galletas de nata y coco, bacon y huevos para el desayuno, pollo para la cena. Nubes y regalices rojos, caramelos de limón y naranja.

El fuego siempre encendido, la misa a media tarde, cogidos de la mano, daros la paz, amaos los unos a los otros... Amigos para siempre.

Y por las noches, antes de meternos en el saco para dormir todos juntos en una misma sala. Antes de las historias de miedo, de las risas y los concursos de chistes y otras cosas más escatológicas.

Antes de todo eso, nos tumbábamos en el prado a mirar las estrellas y el Machu Pichu, aquella montaña que se extendía frente a nuestros ojos, inmensa, infinita y que nosotros bautizamos así, Machu Pichu, el Machu Pichu...

Y sobre él, las estrellas, siempre las estrellas.
El frío, el rocío sobre la hierba y el calor de las mantas, el calor de la juventud y la esperanza, del futuro incierto y lleno de expectativas.

Elige una estrella. La que más te guste. Y ponle un nombre.
A partir de ese momento, será tuya, será tu estrella.

Yo tengo una estrella que brilla encima de un monte, cerca de una Cabaña que acaricia el sol y besan las nubes.

Una estrella que adorna el cielo como un prendedor brillante y magnífico, y que de vez en cuando duerme en la cuna cálida de la Luna Lunera.

Es mi estrella. Se llama Naia. Y muchas noches me duermo pensando en ella y preguntándome si todavía seguirá alumbrando la noche, anclada eternamente sobre el Machu Pichu...


OLIVER / GOOD MORNING STARSHINE