viernes, 31 de diciembre de 2010

NOCHE VIEJA


Cuando era una niña escribíamos la Nochevieja sobre el mármol blanco de la mesa de la cocina de la casa de mis abuelos. Cenando a turnos. Primero los niños. Luego los mayores.
Y mientras los adultos celebraban y hablaban de sus cosas, de aquellas cosas que a mí me sonaban tan lejanas e incomprensibles, nosotros rebuscábamos en los armarios y nos disfrazábamos con las sabanas viejas y los vestidos y las corbatas del viejo arcón de madera.

En la tele, las galas interminables, todas de oro y purpurina barata. El Thriller de Michael Jackson, la teta de Sabrina, las uvas comidas a destiempo por culpa de una presentadora despistada. Los especiales de Martes y Trece, las partidas interminables a la escoba en las que era ley sagrada colocarse el siete de oros en la frente cuando se hacía la jugada que te permitía quedarte con él entre el alborozo propio y la envidia del resto de jugadores. Como si del más preciado de los tesoros se tratase.

Llegó el tiempo de la vida por delante. Comer las uvas, o mejor dicho los Lacasitos, no me gustan las uvas, a toda prisa, con el vestido nuevo y la melena de peluquería para salir a quemar la noche. Regresar a casa, a veces bien entrada la mañana, la nieve en el pelo y el cansancio y la resaca en el alma. Despertar con la risa de mi madre mientras veía una de aquellas obras de Lina Morgan, un colacao bien caliente y vuelta a la cama que no estaba el cuerpo para bromas...

Después vino la calma.

Curiosamente son las que menos recuerdo, quizá porque creía tenerlo todo y no era consciente del delicado equilibrio que gobernaba mi vida.

Llevo todo el día intentando recordar algún detalle especial de la última.

Me desespero porque la niebla se apodera de la memoria, tal vez porque tengo mucho sueño. Quizá es que solo echamos de menos las cosas que hemos perdido definitivamente, quizá es que somos tan puñeteros que no sabemos apreciar los pequeños instantes de felicidad hasta que se escapan por la chimenea, volando como pájaros heridos, para no regresar.

Quizá simplemente que nos empeñamos en añorar lo que nunca hemos tenido, en anhelar una y otra vez la hermosura de lo que no se ha vivido jamás

Y así, enredados en sueños y ausencias, dejamos pasar las horas. Y apenas sin darnos cuenta, frente a un televisor encendido, con doce uvas (Lacasitos) en el plato, tomamos conciencia de cuan rápido pasó. Uno más.

Feliz Noche. Feliz Año. Que se cumplan todos vuestros sueños y sobre todo, que nunca perdáis la capacidad ni la intención de soñar.


MECANO/UN AÑO MÁS