* No me gustan los cuentos tradicionales. Bueno, no puedo decir que no me gustan, no es cierto. Simplemente me aburren, siempre me aburrieron, de tan repetidos y maniqueos.
Cuando era pequeña, los inventaba para contárselos a mi hermana.
Después lo hice para las niñas de mis ojos.
Y ahora los invento para Miguel.
El problema es que se me olvidan los detalles. Mi imaginación a veces se desborda y me juega malas pasadas...
Así que la mayoría de las veces, cuando intento repetirlos, meto la pata y oigo algo así como "tita, nooooooooo, que así no era"...
Los iré escribiendo aquí. Para que no se me olviden nunca más.Carolino era un osito de peluche blanco.
Y como todos los ositos de peluches, también tenía corazón. Todos tenemos un corazón. Lo que pasa es que él no podía dejarlo latir demasiado para que Miguel no se despistase y llegase a creer que dormía abrazado a un oso de verdad.
Pero en el momento en que su dueño conciliaba el sueño, Carolino dejaba libre su corazón y se asomaba a la ventana para vigilar la llegada del amanecer, la luz que anunciaba que debía regresar al nido caliente del abrazo del pequeño.
El día que Carolino descubrió la Luna flotando en el cielo, creyó que era un queso.
No había oído nunca hablar de ella, y al verla allí arriba, tan redondita y blanca, pensó que se trataba de una de las bolitas que a veces Miguel se tomaba para merendar y que tal vez se había escapado para que él no se la comiese.
Así que decidió vigilarla. Quería atrapar aquel quesito para devolvérselo orgulloso al niño de pelo rubio que le daba besos antes de dormirse.
Se enfadó mucho cuando comprobó que alguien se estaba comiendo el queso. De pronto se iba haciendo más y más pequeño. Habría ratones en el cielo?
Serían las estrellas glotonas las que se lo estuviesen zampando sin miramientos?
Y un día desapareció del todo. Carolino se puso muy triste, porque ya no podría devolverle a Miguel su merienda perdida...
Pero una noche, de repente, mientras oteaba al horizonte esperando las primeras luces del día, volvió a verla en el cielo...
.- Ah, esta vez no te me escaparás, le gritó Carolino.
Y salió de la casa decidido a atrapar a aquel queso insolente.
Caminó y caminó, y con cada uno de sus pasos, se iba enfadando más y más.
No podía alcanzarlo, era como si aquel endiablado quesito se estuviese burlando de él, tal parecía que caminaba a su lado.
Se sentía cansado pero no quería volver a casa sin su presa.
De pronto, cuando menos se lo esperaba, se dió de bruces con el queso travieso. Ya no estaba en el cielo, sino bañándose en el estanque de los patos.
.- Te pillé, exclamó, mientras corría alzando su pequeña pezuña de pelo y plástico.
Pero cuando intentó cogerlo, el queso se deshizo en mil pedazos, y Carolino, asustado, se cayó al agua.
Mojado y muy triste, se quedó sentado en mitad de la charca, mientras veía como el quesito lo miraba con ojos que él creía burlones.
Y más y más lloraba Carolino, porque tenía miedo, y tenía frío, y no sabía si sabría volver a casa, y ya se acercaba la hora del amanecer, y cuando Miguel se despertase se asustaría si no estaba allí, y...
.- Por qué lloras Coralino? Le susurró una voz de mujer, desde el agua.
.- Quien me habla, quien eres? Respondió Carolino.
.- Acércate, ves? Soy la Luna.
.- La Luna? Contestó asustado mientras comprobaba que la voz provenía del queso que flotaba en el agua.
Qué es la Luna? Tú no eres la Luna, tú eres un queso, y no me dejas llevarte de vuelta a casa. Te has escapado...
.- Un queso? Jajajaja, exclamó la Luna con su risa dulce y cantarina.
Yo no soy un queso, Carolino, de verdad no sabes quien soy?
.- No lo niegues, eres el queso de Miguel que se escapó de su bolsa de la merienda...
.- Nooooooooooooooooo.
Yo soy la Luna.
Soy la lámpara de las noches oscuras, la luz que guía a los navegantes hacia puertos seguros.
Soy la madre de las mareas y la cuna donde duermen las gaviotas, las nubes y las estrellas.
Bajo mi luz, se besan los novios enamorados y lloran las personas que están tristes.
Soy el prendedor que adorna el pelo negro del cielo que anochece, el baúl donde se guardan los sueños de los niños como Miguel y los ositos como tú, el cofre que atesora las esperanzas...
Soy la Luna, Carolino...
Y como también soy la linterna mágica y brillante que acompaña los pasos de los ositos perdidos cuando deben regresar a su hogar, te acompañaré hasta tu casa.
En breve llegará mi marido el Sol y yo me iré a dormir, he trabajado toda la noche y estoy cansada.
Y además, si Miguel se despierta y no te encuentra entre las sábanas, se pondrá muy triste.
Vamos, sígueme...
Carolino la obedeció mansamente, hipnotizado por su belleza y por la dulzura de su voz.
Al llegar al final del camino, la Luna lo empujó hacia la puerta, besándolo tiernamente en la frente.
.- No soy un queso, recuérdalo. Pero espero que sigas esperándome en tu ventana. Nunca dejes de buscarme en tu horizonte...
Y cuando veas que me hago más pequeñita no te asustes. Yo siempre vuelvo, yo siempre estoy en el Cielo aunque tú no puedas verme.
Como los amigos de verdad, siempre están, aunque tú no puedas verlos.
Sin pensarlo siquiera, reconfortado por aquel beso de luz, Carolino subió corriendo a la habitación y se acurrucó entre los brazos del pequeño Miguel, y se sintió feliz al respirar la tibieza de su aliento.
Y se durmió al instante, mientras en sus orejas de peluche se repetía una y otra vez la dulce cantinela de su amiga la Luna.
.- Yo siempre vuelvo, yo siempre estoy, yo siempre vuelvo, yo siempre estoy...
MIKE OLDFIELD/ MOONLIGHT SHADOW