lunes, 28 de septiembre de 2009

... Y PODER VOLAR



Resulta curioso...

Tengo miedo a volar, me ponen mala los aviones.
Y sin embargo, en muchas ocasiones desearía con todas mis fuerzas que de mi espalda brotasen dos alas de suaves plumas blancas, de esas que se irisan al contacto con el sol, para poder hacerlo. Para elevarme sobre mis pies y confundirme con las gaviotas y con el arcoiris que lame el cielo después de la lluvia.

Volar por encima de la costa, atravesar las nubes, flotar en el aire inmersa en el espacio infinito que separa el mar del océano. A merced del viento que conoce de sobra las coordenadas que ha marcado mi corazón.

Sumergirme sin miedo en el deseo líquido de mis anhelos, de mis propios sentimientos.

Subir, subir, subir...

Volar para llegar más rápido, en un suspiro, en un segundo de locura. En el tiempo que apacigua el deseo incontenible de estar, de permanecer.

Volar para llegar a tiempo y encender el horno, mientras amaso el cansancio y la debilidad y baño la fiebre y el dolor en chocolate y fideos multicolores.

Volar para murmurar palabras tan dulces como las estrellas que pretendo tocar con las yemas de los dedos. Para abrazar infinitamente, en silencio. Sin decir nada... sólo un abrazo eterno que no se termine jamás. Hasta el final del tiempo, hasta siempre, hasta el país de nunca jamás que habita más allá del arco iris...

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Me quito la camisa, desabrocho los botones uno a uno y vuelvo a mirar mi espalda reflejada en el espejo...
Cierro los ojos con fuerza y espero la visita de mi hada madrina.

Piensa un deseo.

Tener alas, y volar...

RANDY CRAWFORD/ ONE DAY I'LL FLY AWAY





jueves, 24 de septiembre de 2009

MISI

* Acabo de leer una de las entradas de Nerea en "el blog de Mika" y al ver no sólo el nombre del gatito del que habla, sino su foto, recordé esto que escribí ya hace algún tiempo.
Nerea que es además de amante de la literatura, tan defensora y amiga de los gatos, ay, espero que no se enfade mucho conmigo :)
Pobre Misi...


Encarna tenía un gato que se llamaba Misi.
O tal vez no se llamaba así, pero yo le puse Misi y por Misi le conocíamos todos.

Yo adoraba a aquél gato blanco y negro, de pelo suave y ojos azules.

Encarna era la vecina de mi abuela, y a mí me encantaba ir a su casa, porque me regalaba regalices rojos y me dejaba jugar con Misi hasta caer rendida, le ponía lazos de colores al cuello y pretendía que lo sacaba a pasear por la casa, porque Encarna no me dejaba sacarlo a la calle. Temía que se perdiese, y aseguraba a quien quisiera oirlo que no podría vivir sin él.

Una tarde bañé a Misi. Recuerdo un balde de color verde esmeralda y agua caliente que ella me preparó con cariño porque en realidad, nunca me negaba nada de lo que le pedía, aunque me advirtió que sólo un poquito...

Misi se dejó hacer, estaba acostumbrado a mis cosas y mansamente se prestaba a mis ocurrencias.
Cuando terminé de bañarlo, lo envolví en una toalla y lo froté con cuidado. Pero Misi temblaba y yo me asusté.

Llamé a Encarna, pero ví la puerta abierta y supuse que habría pasado a casa de mi abuela a preguntarle algo acerca de la chaqueta que me estaba tejiendo (ay, aquellas chaquetas de Encarna. No habrá niña en el mundo que haya tenido más chaquetas que yo...)

Entonces se me ocurrió. Lo cogí en brazos y lo metí en el horno. No soportaba verlo así, muerto de frío y tan desvalido, como triste, como enfermo...

Pensé que era la mejor solución, el horno estaba calentito, pues Encarna siempre tenía la cocina de carbón encendida, incluso hasta bien entrado el verano, decía que le hacía compañía. Creo que todavía puedo oir los aullidos del pobre gato...

Yo abría la portezuela y le decía, no llores Misi que enseguida estarás, pero la abría poquito porque el pobre como loco, quería escaparse, se revolvía y se agitaba, fuera de sí... Cuando llegó Encarna, supongo que alarmada por los lamentos del pobre gato y por el olor a pelo y piel chamuscada, fue demasiado tarde. Misi se murió a las pocas horas. Por mi culpa.
La reprimenda fue tremenda, yo era muy pequeña, no más de cuatro años, pero recuerdo aquel instante terrible, y sobre todo, que no me importaba la riña de mi abuela, ni el azote que me propinó mi madre en cuanto se enteró de la que había armado. Sólo quería que Misi no se hubiese muerto, y mucho menos por algo que yo había hecho.

Encarna me abrazaba y me decía que no, que en realidad yo sólo era una niña y que no era mala idea meter los gatos en el horno para que se secasen rápido y así no temblasen de frío. Me quería tanto que habría dicho cualquier cosa para tranquilizarme, pero yo sé que tuvo que ser horrible para ella perder a aquel animal que era en la mayoría de las ocasiones, su única compañía.

Cuentan que lloré días y días por aquel minino chiquitín y juguetón. Y creo que en el fondo, todavía, después de tantos años, no me he perdonado del todo aquella trastada que llevó al pobre Misi al Cielo de los Gatinos.

Pobre Misi...

23 de junio de 2009



TEJEDOR/ LA TORRE DE SUSO

lunes, 21 de septiembre de 2009

CACHITOS


La cocina es amplia y luminosa. En el centro una mesa de madera con una piedra de mármol tan blanca como la leche. Una niña muy rubia y de ojos grandes dibuja un sol amarillo.

Un block de dibujo que se aprovecha al máximo y unos Alpino de madera que no se afilan hasta que la punta esté completamente roma. La niña rubia es feliz, pero todavía no lo sabe.

Hoy dormirá en esa cama que la vio nacer, y mañana desayunará galletas maría deshechas entre la leche. Adora ese olor que permanecerá por siempre en su memoria, pero todavía no lo sabe. Hoy una mujer de manos pequeñas someterá el embozo de las sábanas entre los extremos de la almohada a esa niña rubia que ya nunca más podrá dormirse si no se tapa la nariz, aunque ella no lo sepa aún.

……………………………..

.- Güeli, me dejas los botones?

Los botones están en la “caja”. En esa caja blanca y roja, que una vez albergó vendas y que durante tantos años ha atesorado esas piezas de colores de distintos tamaños, formas y texturas.

Imaginar que son piedras preciosas, que forman parte de un tesoro encantado. Jugar a las tiendas, hola, qué quería. Unos botones? Ahora mismo…

Aprender a contar con ellos. Uno, dos, tres, cinco… no, Elena. Uno, dos, tres, cuatro…

.- Güeli, hacemos merengue?

Separar las claras de las yemas con cuidado. Y después batir y batir con un tenedor, hasta que el recipiente se llena de espuma, de nieve dulce, de una masa compacta que luego adornará la tarta de almendra que se cuece en el horno.

.- Güeli, me enseñas a tejer?

Ponerse bizca contando puntos que se escapan…

Uno al derecho, otro al revés, uno al derecho, otro al revés… hasta que se da cuenta de que en ese trozo de tejido que mira orgullosa, hay un agujero enorme y de que las labores nunca serán lo suyo…

.- Güeli, me das la merienda?

La bici esperando en la calle, el verano brillando en el cielo, la vida por vivir, la vida por delante. Pan con mantequilla y chocolate rallado con esmero, pan con mantequilla y azúcar, galletas con Nocilla. Pequeños caprichos secretos, no se lo digas a tu madre que me mata…

Retales de memoria, estrellas fugaces, chispazos de añoranza de un tiempo que no volverá, cachitos de mí.

Fotografías en blanco y negro que cuelgan de las paredes en una casa que un día estuvo llena de vida y en la que hoy sólo habitan los fantasmas de la nostalgia.

La casa de mis abuelos.

Son sólo recuerdos que vuelven a visitarme, en una de esas tardes de uno de esos domingos que tan poco me gustan y en los que necesito desesperadamente volver a encontrarme con la niña que fui.


LUZ CASAL/ ENTRE MIS RECUERDOS

sábado, 19 de septiembre de 2009

MATEO




* 13 de junio de 2009


Corría el año 74.

Un mes de agosto especialmente caluroso, o por lo menos yo así lo recuerdo. El vestido de los domingos, un lazo enorme en el pelo y aquellos calcetines de perlé que tanto detestaba...
Los pasillos de un hospital, la mano de mi padre, mi madre tumbada en la cama y aquella cosita diminuta vestida de blanco y con los ojos rojos, pincelados con mercromina...

.- Dale un beso, es tu hermana.

Un helado de vainilla en la cafetería como premio por haber sido tan buena, mi padre siempre se olvidaba de que yo odiaba la vainilla y prefería el chocolate...

Ayer, esa niña que conocí una mañana de verano con sabor a helado, esa mujer que es mi mejor amiga, mi confidente, casi mi otro yo a pesar de ser tan diferentes, se dió a la dura tarea de traer un bebé al mundo. Un parto largo y complicado que derivó en una cesárea de urgencia.

Y nos regaló a Mateo.

Hoy la dejé en una habitación pintada de color rosa chicle, una mueca de dolor permanente en su cara, pero envuelta en esa belleza especial que adorna a las madres recientes. Una noche larga, silencio roto por los llantos de los bebés y el trajín de las enfermeras, quiero agua, me duele, dame un beso, gracias por quedarte, anda no seas tonta, intenta dormir...

Sentada en la cama, oyendo la suave respiración de mi hermana, agotada por el esfuerzo, me dediqué a contemplar durante mucho rato al precioso bebé que dormía en una cuna de plástico.

Que seas feliz, que tu vida sea larga y provechosa, que llegues a ser lo que tú desees ser, que nadie ni nada te haga daño, que crezcas sano y fuerte, que seas capaz de soñar, que se cumplan tus sueños.

Que tus diminutas manos aprendan el arte de acariciar con suavidad, que tus pies puedan hablar sin mentir y te lleven a donde quieras, que tus labios lleguen a besar con pasión y también con ternura, que tus oídos tengan el maravilloso y mágico poder de percibir la música del corazón...

Que en lo días tristes que puedan llegar, no olvides que este mundo que acabas de descubrir es a pesar de todo, un lugar maravilloso, Mateo...
ROD STEWART/ WHAT A WONDERFUL WORLD


miércoles, 16 de septiembre de 2009

TEMPUS FUGIT



El tiempo pasa, se va inexorable, bailando al compás de las horas, los minutos, los segundos. Granos de arena que se deslizan sin remedio por su tobogán de cristal.

En días como hoy quisiera atraparlo, detenerlo, obligarlo a que transcurriese lentamente.

Siempre he sabido que no voy a saber envejecer.

Me miro al espejo y me veo como siempre, reconozco en mí a la Elena que fue, a la niña soñadora y tranquila, siempre rodeada de libros y muñecas recortables y también a la niña trasto que se caía cada dos por tres, los codos y las rodillas llenas de postillas, moratones en las piernas, encaramada sobre mi bici azul y atrapada en mi propio laberinto.

Puedo ver a la adolescente llena de sueños, la que creía que podía cambiar el mundo, invadida por el desconcierto ante un cuerpo que de repente se transformaba, inundándose de colinas y valles, curvas y rectas.
Presa de mil temores e inseguridades y siempre oteando el cielo azul de su horizonte.

Como en un caledoscopio, se refleja la imagen de la joven alocada y divertida en que me convertí y recupero la sensación de tener toda la vida por delante, de esperar el mañana con impaciencia, de querer, de poder, de saber...

Y también veo, por supuesto, a la mujer que soy, aquella a la que el paso de los años y las vicisitudes de la vida ha perfilado con su cincel implacable.
Las primeras patas de gallo adornan mis ojos, y unas imperceptibles arrugas se dibujan alrededor de mi boca, sin embargo mi frente está intacta, todavía...
Eso quiere decir que me he reído mucho más de lo que me he enfadado, que he sido feliz, aunque también he llorado, cómo si no...


Recibo mensajes en mi móvil y sonrío y me siento bien.
Bromas y besos, y un ramo de flores encima de la mesa de mi despacho.
Besos y abrazos y el regalo maravilloso de un cumpleaños feliz, chúpate un calcetín, que ha llenado esta mañana lluviosa y gris, casi negra, de mil colores brillantes...
Una postal que me ha llenado los ojos de lágrimas y me ha puesto un nudo en la garganta.

La camiseta que ví hace tiempo en un escaparate y unos zapatós, de tacón como no podía ser de otro modo.
El vestido que me tocará comprarme a mí misma, hay cosas que a pesar de todo, no cambian...

El recuerdo de Lelo y su vieja cartera de piel, y los pocos euros que su exigua paga de pensionista le permitía. Toma anda, pa que compres un trapín...

Hoy es mi cumpleaños, y siento que el tiempo pasa.
Me lleno de mimos y me invade un punto de tristeza también, porque la madurez me ha enseñado que los momentos no vuelven y que a veces, los desperdiciamos sin sentido por las cosas más nimias, por motivos tan sutiles y ligeros como el vuelo de una libélula.

Se que no sabré envejecer, que no llevaré con paciencia las arrugas, ni los kilos de más, ni todos los signos inevitables que la vida señala en el cuerpo.
Soy coqueta y presumida por naturaleza. Pero mi corazón me dice que tal vez ese deterioro inevitable se vea compensado con la estabilidad, el equilibrio y la serenidad que a cambio te regala la vida.

Me da miedo ir perdiendo por el camino tantas cosas, y sobre todo, me aterra que la Naturaleza sea implacable y vaya arrebatándome a las personas a las que amo.

Pero es inevitable, y confío en que a cambio, la vida siga regalándome cada día un rayo de sol, una sonrisa, un beso enamorado, un abrazo irracional, el pequeño y secreto placer de dormir bajo un cielo lleno de estrellas...

Hoy es mi cumpleaños y pienso que ojalá, por lo menos, llegue a cumplir otros treinta y nueve...

CINDY LAUPER/ TIME AFTER TIME

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martes, 15 de septiembre de 2009

EL LARGO ADIÓS

* Y sin embargo, a veces, algunos sueños, los peores, los que nunca deberían soñarse, se hacen realidad...

Ella ya no podía escribir cartas de amor. Intentaba encontrar las palabras, las emociones que la ayudaban a explicarle lo que sentía, lo que necesitaba, lo que añoraba...

Buscaba entre los restos del naufragio que se había producido sin remedio, pero no conseguía que de sus dedos brotase la magia para decirle que lo añoraba en las noches de frío...

Llevaba demasiado tiempo interpretando las señales que anunciaban que los sueños se habían escapado por la ventanta que ninguno de los dos creyó necesario cerrar. Se había repetido a sí misma muchas veces que era posible, que aquellos gestos de desgana imperceptibles no eran más que pequeñas heridas que el tiempo se encargaría de cerrar.

Se negaba a ver, a escuchar, a leer nada que no fuese el reflejo en el mar de las estrellas que todavía brillaban en un cielo condenado a desaparecer. Y se sentía tan tonta por haber creído, por haber cerrado los ojos a la realidad, por haber pensado que aquel cuento de princesas y fieras era algo más que un cuento...

Abrió los cajones de la memoria para intentar rescatar las sensaciones del olvido, pero los días y la distancia son enemigos implacables, son arrugas que se van instalando en el alma hasta darle la apariencia de una anciana que espera con parsimonia el final de sus días...

En el armario colgaban todavía los últimos vestigios del placer y las risas y las lágrimas, y los fue colocando con cuidado en su pequeña maleta. Dobló con mimo los instantes de locura y acarició con nostalgia las cartas apasionadas que él alguna vez le había escrito y que dormían en una caja roja, atadas con lazos de colores. Sonrió al ver los corazones que alguna vez dibujaron con tinta invisible, y en sus oídos volvió a sonar aquella canción que marcaría de modo inexorable el destino de aquel amor imposible.

Cuando no quedó más que el abrigo de la nostalgia flotando en el ropero de las ilusiones, se lo puso a pesar del calor que anunciaba el sol filtrándose por la ventana...

Sabía que a pesar de todo, sentiría frío. Recogió su pequeño equipaje y se fue despidiendo mentalmente de la casa en la que nunca llegó a habitar, de aquella habitación blanca llena de fantasmas, del sofá en el que una mañana vio un partido de baloncesto tan sola pero tan llena de él, de la cocina que aún olía a tarta de chocolate, de las plantas que regaba mientras lo esperaba con la cena encima de la mesa...

No quería irse, pero sabía que tenía que hacerlo y asumir su derrota.


Una vez más. Cerró la maleta, lanzó un beso al viento y empezó a caminar hacia su destino, hacia el lugar del que nunca debió marcharse...

JAMES BLUNT/ GOODBYE MY LOVER



sábado, 12 de septiembre de 2009

CAROLINO

* No me gustan los cuentos tradicionales. Bueno, no puedo decir que no me gustan, no es cierto. Simplemente me aburren, siempre me aburrieron, de tan repetidos y maniqueos.
Cuando era pequeña, los inventaba para contárselos a mi hermana.
Después lo hice para las niñas de mis ojos.
Y ahora los invento para Miguel.
El problema es que se me olvidan los detalles. Mi imaginación a veces se desborda y me juega malas pasadas...
Así que la mayoría de las veces, cuando intento repetirlos, meto la pata y oigo algo así como "tita, nooooooooo, que así no era"...
Los iré escribiendo aquí. Para que no se me olviden nunca más.


Carolino era un osito de peluche blanco.
Y como todos los ositos de peluches, también tenía corazón. Todos tenemos un corazón. Lo que pasa es que él no podía dejarlo latir demasiado para que Miguel no se despistase y llegase a creer que dormía abrazado a un oso de verdad.
Pero en el momento en que su dueño conciliaba el sueño, Carolino dejaba libre su corazón y se asomaba a la ventana para vigilar la llegada del amanecer, la luz que anunciaba que debía regresar al nido caliente del abrazo del pequeño.


El día que Carolino descubrió la Luna flotando en el cielo, creyó que era un queso.


No había oído nunca hablar de ella, y al verla allí arriba, tan redondita y blanca, pensó que se trataba de una de las bolitas que a veces Miguel se tomaba para merendar y que tal vez se había escapado para que él no se la comiese.
Así que decidió vigilarla. Quería atrapar aquel quesito para devolvérselo orgulloso al niño de pelo rubio que le daba besos antes de dormirse.


Se enfadó mucho cuando comprobó que alguien se estaba comiendo el queso. De pronto se iba haciendo más y más pequeño. Habría ratones en el cielo?
Serían las estrellas glotonas las que se lo estuviesen zampando sin miramientos?


Y un día desapareció del todo. Carolino se puso muy triste, porque ya no podría devolverle a Miguel su merienda perdida...


Pero una noche, de repente, mientras oteaba al horizonte esperando las primeras luces del día, volvió a verla en el cielo...


.- Ah, esta vez no te me escaparás, le gritó Carolino.


Y salió de la casa decidido a atrapar a aquel queso insolente.


Caminó y caminó, y con cada uno de sus pasos, se iba enfadando más y más.
No podía alcanzarlo, era como si aquel endiablado quesito se estuviese burlando de él, tal parecía que caminaba a su lado.
Se sentía cansado pero no quería volver a casa sin su presa.


De pronto, cuando menos se lo esperaba, se dió de bruces con el queso travieso. Ya no estaba en el cielo, sino bañándose en el estanque de los patos.


.- Te pillé, exclamó, mientras corría alzando su pequeña pezuña de pelo y plástico.


Pero cuando intentó cogerlo, el queso se deshizo en mil pedazos, y Carolino, asustado, se cayó al agua.


Mojado y muy triste, se quedó sentado en mitad de la charca, mientras veía como el quesito lo miraba con ojos que él creía burlones.
Y más y más lloraba Carolino, porque tenía miedo, y tenía frío, y no sabía si sabría volver a casa, y ya se acercaba la hora del amanecer, y cuando Miguel se despertase se asustaría si no estaba allí, y...

.- Por qué lloras Coralino? Le susurró una voz de mujer, desde el agua.

.- Quien me habla, quien eres? Respondió Carolino.

.- Acércate, ves? Soy la Luna.

.- La Luna? Contestó asustado mientras comprobaba que la voz provenía del queso que flotaba en el agua.

Qué es la Luna? Tú no eres la Luna, tú eres un queso, y no me dejas llevarte de vuelta a casa. Te has escapado...

.- Un queso? Jajajaja, exclamó la Luna con su risa dulce y cantarina.
Yo no soy un queso, Carolino, de verdad no sabes quien soy?

.- No lo niegues, eres el queso de Miguel que se escapó de su bolsa de la merienda...

.- Nooooooooooooooooo.
Yo soy la Luna.
Soy la lámpara de las noches oscuras, la luz que guía a los navegantes hacia puertos seguros.

Soy la madre de las mareas y la cuna donde duermen las gaviotas, las nubes y las estrellas.

Bajo mi luz, se besan los novios enamorados y lloran las personas que están tristes.

Soy el prendedor que adorna el pelo negro del cielo que anochece, el baúl donde se guardan los sueños de los niños como Miguel y los ositos como tú, el cofre que atesora las esperanzas...

Soy la Luna, Carolino...
Y como también soy la linterna mágica y brillante que acompaña los pasos de los ositos perdidos cuando deben regresar a su hogar, te acompañaré hasta tu casa.
En breve llegará mi marido el Sol y yo me iré a dormir, he trabajado toda la noche y estoy cansada.

Y además, si Miguel se despierta y no te encuentra entre las sábanas, se pondrá muy triste.

Vamos, sígueme...


Carolino la obedeció mansamente, hipnotizado por su belleza y por la dulzura de su voz.
Al llegar al final del camino, la Luna lo empujó hacia la puerta, besándolo tiernamente en la frente.

.- No soy un queso, recuérdalo. Pero espero que sigas esperándome en tu ventana. Nunca dejes de buscarme en tu horizonte...
Y cuando veas que me hago más pequeñita no te asustes. Yo siempre vuelvo, yo siempre estoy en el Cielo aunque tú no puedas verme.
Como los amigos de verdad, siempre están, aunque tú no puedas verlos.

Sin pensarlo siquiera, reconfortado por aquel beso de luz, Carolino subió corriendo a la habitación y se acurrucó entre los brazos del pequeño Miguel, y se sintió feliz al respirar la tibieza de su aliento.


Y se durmió al instante, mientras en sus orejas de peluche se repetía una y otra vez la dulce cantinela de su amiga la Luna.


.- Yo siempre vuelvo, yo siempre estoy, yo siempre vuelvo, yo siempre estoy...


MIKE OLDFIELD/ MOONLIGHT SHADOW

jueves, 10 de septiembre de 2009

AMANDA

Lo encontró herido de muerte. Pero entonces ella no lo sabía.
Y una dosis exacta de jarabe fue suficiente para que su alma se partiese en dos y la niña que llevaba tanto tiempo dormida, disfrazada de mujer tremenda, saliese de su letargo de años para mostrarse tal como era.
Y procuró curar sus heridas con besos y lágrimas, y lo esperó como esperó Penélope cuando lo vió alejarse sin remisión del lugar donde vivieron su sueño.


Vuelve a Itaca, le susurraba en sueños. Vuelve, vuelve...


Inventó cuentos a la luna y aspiró a ser su cielo protector, su reposo y su guía, protegerlo y acunarlo en su regazo.
Le regaló palabras desesperadas como una noche sin estrellas, agrias como el zumón de un limón verde y cortante, dulces como la tarta de chocolate que tantas veces cocinó para él.
Letras y música para demostrarle, desesperadamente, que amaba por igual al niño y al hombre, al animal y al hombre y que adoraba sobre todo, su risa.


Se vistió de novia enamorada, somos novios, le dijo una vez, deseando con toda su alma que fuese cierto, que la noche fuese menos noche y que el hombre que fumaba un pitillo apoyado en una farola la estuviese esperando a ella...


Y lo llevó de la mano por un teatro mágico de tiempos reservados a la locura, intentó enseñarlo a bailar... pero ella también quería morir. Ella también tenía miedo en las noches oscuras, y vivía rodeada de abrazos rotos y deseos de cosas imposibles. Y no sabía jugar al ajedrez.


Una noche, soñó con una cocina blanca y un pijama compartido, y le regaló sus ramas para que pudiese cobijarse entre ellas en los días de lluvia. Qué otra cosa podía hacer un corazón hambriento...


Decidió llamarse Armanda, porque quería hacerlo feliz. Quería que la recordase por siempre. Que bailase con ella eternamente y seguir enredada en sus pies en una danza infinita y eterna.


Pero no pudo ser. La felicidad no existe, se trata sólo de instantes, de momentos, de chispazos fugaces, la felicidad es sólo una lluvia de estrellas.


Quiso ser Armanda pero se llamó Amanda. Tal vez por eso se cerró el telón una mañana de domingo ante sus ojos asustados, el corazón latiendo y el cerebro dando mil vueltas de arlequín borracho, sin entender los motivos.


Quiso ser Armanda pero no pudo. Se le había olvidado una letra. La erre de real...
La realidad se interpuso, se había interpuesto siempre entre ellos como un muro insalvable.


Y la Armanda que quiso ser, fue sólo Amanda.
Y Amanda se sentó en el andén de una tarde agosto, esperando ver pasar el tren de los sueños imposibles, tarareando entre lágrimas la canción que la había llevado hasta allí y la había acompañado en el viaje más triste y a la vez maravilloso que había emprendido en toda su vida...


21 JAPONESAS/ TIEMPO RESERVADO A LA LOCURA


lunes, 7 de septiembre de 2009

APOLOGÍA DE LAS LÁGRIMAS

Lloramos al nacer… es lo primero que hacemos al venir al mundo.
Dicen que para que el aire entre en los pulmones y éstos se pongan en marcha llenándose de aire, llenándose de vida. Yo creo que en el fondo se trata de un lamento, que no son más que lágrimas que brotan espontáneamente cuando nos vemos obligados a abandonar la cuna líquida, el refugio que nos ha protegido y alimentado durante nueve meses…

Y seguimos llorando el resto de nuestra vida. Alguien dijo una vez que precisamente ese tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte, no es otra cosa que un valle de lágrimas…


Me gusta llorar. Me hace sentirme mejor, me reconcilia con el mundo y conmigo misma, me demuestra que por encima de todo soy pura emoción y sentimiento…

Reivindico mi derecho a llorar. Lágrimas de alegría, de felicidad… lágrimas que brotan espontáneamente cuando el corazón se hincha como un globo de helio, cuando la vida te regala esos instantes de lucidez en los que eres capaz de apreciar la belleza de una flor en el campo, del mar agitándose fiero contra el espigón, de una mirada cargada de amor y deseo…


Lágrimas de ternura, unos labios prendidos al pecho, unas manos diminutas que se aferran a ti para sobrevivir…
Lágrimas de esperanza, lágrimas que se lloran después de un orgasmo especialmente intenso mientras sientes que la vida se escapa por cada poro de tu piel y el pulso lucha para recuperar el ritmo y la cadencia…
Lágrimas de dolor, de rabia, de frustración. Cristalinas como el mar que alguna vez fue, negras como la más oscura de las noches…

Llorar porque sí, porque lo sientes, porque lo necesitas. No importa el motivo… Por lo que pudo haber sido y no fue, por lo que debería ser y no es…

Por los momentos perdidos y olvidados, por los momentos perdidos pero que permanecerán para siempre en la memoria. En ocasiones, arrancárselas casi a puñetazos, cuando te das cuenta, cuando sientes que ni la persona ni la situación que las provoca vale la pena. No querer llorar, pero hacerlo sin remisión, sin poder evitarlo…


La mayoría de las veces, dejarlas resbalar suavemente por las mejillas, sintiendo su calidez, permitirles que lleguen a los labios para sentir su sabor salado y acre…

Esperar un beso, un gesto, una caricia que las borre sin remisión de tu rostro. Esperar que alguien se las beba suavemente mientras aparta con suavidad el pelo de tu cara… Llorar y reir al mismo tiempo. ..
Llorar y sufrir al mismo tiempo…
Llorar y vivir …
Llorar al morir, intentando ver entre lágrimas, ese lugar ansiado más allá del arcoiris.

ROY ORBISON & K.D LANG/ CRYING




sábado, 5 de septiembre de 2009

VOLVER A SER UN NIÑO...

Uno de los primeros recuerdos que guardo de mi niñez es el de una niña rubia rubísima, con el pelo casi blanco, ojos grandes y piernas largas llenas de moratones y postillas, que camina por una calle y se detiene a mirarse en un escaparate. Es verano y hace calor. Lleva unos pantalones cortos y una camisita corta de cuadros de vichy verdes y blancos. Sandalias blancas y un bolso de ganchillo verde. Unas gafas de sol hexagonales, de puro plástico, con la montura blanca y lo que deberían ser cristales, de color verde por supuesto (por aquel entonces no se sabía del peligro de los rayos UVA para los ojos ni para lap iel, ni existían las recomendaciones de la UE. Las gafas de sol para niños se vendían en los kioscos y no en las farmacias…)
El reflejo de esa niña en el escaparte me provoca una sonrisa porque no es otra cosa que el retrato fiel de muchas de las cosas que sigo siendo…
Ya no soy rubia rubísima, el tiempo se encargó de oscurecer mi pelo lo suficiente como para necesitar las mechas y gastarme un pastón en la peluquería para mantener mi característico rubio castaño. Sigo teniendo las piernas largas y casi siempre con algún vestigio de mi archiconocida tendencia a caerme y a golpearme con las esquinas…
Y sigo mirándome en los escaparates, no puedo evitarlo. Y me gustan los trapos y soy una maniática de la combinación de colores. Y me chiflan los bolsos, y, y… Y me confieso una adicta a las gafas de sol. No puedo salir sin ellas, ya sea verano o invierno… mis ojos son demasiado sensibles y la más mínima claridad o el más pequeño resol los humedecen y los llenan de resquemores…
Me gusta saber que a pesar de los años que han pasado desde entonces, sigo siendo un poco aquella enana que se contemplaba presumida en un cristal. Que a pesar del paso del tiempo la niña que una vez fui sigue dentro de mí, es parte de mí. Soy yo. Y quiero que eso no cambie nunca, no quiero cambiar nunca…
Ojalá pudiésemos seguir siendo siempre niños. Y no… no me refiero a un Síndrome de Peter Pan mal entendido. Hablo de conservar la capacidad de mirar el mundo a través del caleidoscopio de la inocencia, de desconocer el significado de palabras que no deberíamos pronunciar jamás, de la facultad de creer en la magia, en el poder de los sueños…
Ser capaces de regresar al lugar de la ternura, abrir sin miedo el baúl de los abrazos que nos hacen recuperar la fe, que nos reconcilian con la vida… Llorar hasta la extenuación, correr por un jardín de sonrisas, flotar en nubes de ilusiones y deseos.
Reírse por cosas tontas, caminar a saltitos por la calle, volar en un columpio hasta las estrellas…
Imaginar mil travesuras, ser capaces de cambiar el nombre de las cosas y encontrar ese abrigo que te quita el frío en las noches más lluviosas… Porque entonces, sin duda, todo sería mucho más sencillo…



PAU DONÉS/ VOLVER A SER UN NIÑO