* Lo prometido, es deuda...
Hace mucho, mucho tiempo, le regalé a alguien un árbol madre. Escribí aquel relato con el corazón entre las manos, el alma desbocada y un sentimiento indescriptible naciéndome en el pecho.
Fueron días extraños. El cielo se deshacía en pedazos y todo mi mundo se resquebrajaba y se volvía trozos de amor y anhelo. Fueron los días en que se rompió el espejo de mi torre encantada y ví unos ojos que me empujaron a coger mi barca y luchar contra la vieja maldición.
Tengo la sensación de que han pasado mil años desde entonces.
Con el paso inexorable de las horas, he surcado los siete mares de la vida y de la muerte y he remado hacia mi destino una y otra vez. Sumergiéndome en mi propio océano de sentimientos, evitando el naufragio y encallando sin remedio en las costas negras de la desesperación.
Arranqué una a una las escamas que revestían mi traje de sirena y las guardé en una caja de nieve, para que el frío las conserve brillantes y de plata, por si algún día decido bucear de nuevo y sentir la arena del fondo del mar lamiéndome el vientre.
Recuperé la voz y mis piernas y me quedé en la orilla, acechando entre lágrimas el horizonte. Envidié a las gaviotas que pueden volar, a las anémonas y las algas. A los peces de colores que habitan las aguas calientes del Sur. Deseé con todas mis fuerzas volverme pequeña, diminuta, para poder cabalgar a lomos de un caballito de mar hacia la otra punta de mis sueños.
Enredada en mi propia red, incapaz de escapar a mi propio destino, aullé a la luna la canción de la tristeza y solo pude oir el grito desgarrado de mi propio eco.
Caminé sobre los estanques de la nostalgia y surfeé tantas y tantas olas de alegría, deseo y ternura.
Un día cualquiera de noviembre, alguien me regaló un árbol de la sonrisa. Entonces, comprendí que como yo, hay más deseos cautivos, más historias de realidades que se estancan en el arrecife de los sueños imposibles. Que todos necesitamos regalar sombras que cobijen de la tormenta. Que todos necesitamos que nos regalen sombras que provoquen una sonrisa.
Descubrí que como yo, tú también tienes miedo. Y hablas de cuatro. Y yo soy cuatro. También.
Por un instante, siento que mi vida es paralela a otras vidas. Que hay tantos futuros iguales, tantos pasados idénticos, tantos presentes gemelos como granos de arena reposan en la playa de los deseos que nunca se cumplirán...
No se por qué, me siento mejor. No se por qué, te siento tan cerca que probablemente hasta podría oirte respirar.
Y mientras acaricio el cofre donde duermen los trozos de cola de la mujer-sirena que habita dentro de mí, creo ver brillar una estrella que duerme plácidamente sobre la rama de un árbol.
FIONA APPLE/ACROSS THE UNIVERSE