jueves, 29 de octubre de 2009

NUNCA DEJES DE BRILLAR



Ví pasar a un grupo de adolescentes.
Ellas perfectamente uniformadas, melenas enlacadas, escotes palabra de honor y peep toes recién estrenados. Ellos con traje y corbata y ese pelo tan extraño que al parecer se lleva ahora, como si un huracán feroz hubiese pasado a su lado, remedos modernos de Beatles desteñidos.

Y me pregunté qué hacían unos chavales quinceañeros con esas pintas paseando por el muro un viernes por la tarde. Hasta que caí en la cuenta de que se había acabado el Curso. Era época de graduaciones, de fiestas copiadas de cualquier película norteamericana, de birretes de mentira, de momentos de verdad.

Y lo entendí todo. Entendí que no tuviesen frío, que se riesen a gritos, que emanasen esa alegría de vivir, que caminasen seguros entre empujones y sonrisitas coquetas. Aspiré con avaricia su olor a esperanza y colonia cara y probablemente un atisbo de envidia y nostalgia se dibujó en mi alma y en mis ojos

Yo también me gradué. Yo también tuve una ceremonia y una fiesta con sabor a patatas fritas y Fanta de Naranja. Y me puse un gorro extraño y ajeno sobre mi melena perfecta de peluquería. Yo también fui a comprarme un vestido nuevo porque quería ser la más guapa de la tarde y me puse tacones por primera vez en mi vida.

Sentí la necesidad imperiosa de comprobar que yo también paseé un día con mis compañeros con esa misma aureola de felicidad imperecedera. Así que al volver a casa busqué en mi caja roja, la que atesora las fotos y las cartas de amor y las rosas secas y los recuerdos...
Y encontré los de aquél día.

Fotos en solitario, fotos en grupo, fotos con mis padres y mi hermana, con mis abuelos. Señales indelebles de que aquél día lejano en el tiempo no fue un sueño ni una quimera.
La beca que nos pusieron al cuello, como símbolo de nuestra madurez, la señal de que debíamos volar, de que los tiempos del Colegio se habían terminado, de que ya nadie nos protegería del mundo exterior. La cruz de ceniza que nos alejaba de la adolescencia, el camino de ladrillos amarillos hacia el país de los adultos.

Un boli grabado con nuestro nombre y la fecha exacta de aquel día, un diploma escrito a mano por el Padre J. para cada uno de nosotros...

Y un papel que ya no recordaba, doblado cuidadosamente. La fotocopia amarillenta de una fábula mecanografiada que me regaló el profesor de Literatura al despedirnos. Y una dedicatoria en tinta azul: Nunca dejes de brillar...

Cuenta la Leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una Luciérnaga; esta huía rápido con miedo de la feroz depredadora, y la serpiente no pensaba desistir.

Huyó un día, y ella no desistía, dos días y nada.....En el tercer día, ya sin fuerzas la Luciérnaga paro y dijo a la serpiente:

-Puedo hacerte tres preguntas???

-No acostumbro dar ese privilegio a nadie pero como te voy a devorar, puedes preguntar...

-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?

-No, contestó la serpiente....

-¿Yo te hice algún mal?

-No, volvió a responder

-Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?

-Porque no soporto verte brillar........!

Cuando esto pase a tí, no dejes de Brillar, continua siendo tu mismo, sigue dando lo mejor de ti, sigue haciendo lo mejor, no permitas que te lastimen, no permitas que te hieran, Sigue Brillando y No podrán tocarte....

porque tu Luz seguirá intacta!!!

Y pensé en mi viejo profesor, y en cuánto me gustaría no defraudarlo jamás. Porque quiero seguir brillando. Siempre. No quiero dejar de brillar.

DON MCLEAN / STARRY, STARRY NIGHT



martes, 20 de octubre de 2009

NINA



El día amanece gris, como tantos otros. Y como tantos otros se siente perdida en su propio laberinto de cristal y miedo.
Si mira a través de los cristales tan fríos como su propia piel, no alcanza a ver el horizonte, tan sólo oscuridad y agua.

Ella sabe que vive en un mundo irreal, que los días, sus días, son una sucesión de nubes y hielo. Sabe que cuando caiga la tarde y la luna comience a dibujarse tímidamente en el cielo, volverá a abandonarse, que plegará sus alas y se dejará caer en el vacío que atenaza su estómago y lo envuelve con el aleteo de mil mariposas impertinentes.

Sabe que todo está perdido, que es demasiado tarde, que está sola. Que sólo le quedan lágrimas y que ya nunca más volverá a reir, que en su boca sólo se dibuja de vez en cuando una mueca de payaso triste y desvalido.

Cierra los ojos y piensa en tiempos que ya no volverán, en los momentos que se quedaron prendidos en el cielo de los sueños imposibles.

Y siente que no quiere escapar, que es demasiado tarde para huir. Porque lleva en su mirada el dolor de las promesas incumplidas y porque otro día más deambulará de bar en bar esperando volver a encontrar su mirada y su voz, y sus besos y sus caricias ardientes. Los labios que una vez fueron suyos.
Porque nadie sino él la hizo temblar...

Camina hacia ningún lugar y se abandona al dolor de sentir el agua que llora el cielo penetrando sin piedad en su alma de mujer rota.

Y bailando entre los charcos, el pelo y la ropa y la vida húmedos de pena y ateridos de dudas, hablará con ella. Con la lluvia que la empapa y la purifica y la despierta por unos instantes de su pesadilla de dolor y añoranza.


Si algún día lo ves por ahí, pregúntale si se acuerda de mí. Si aún recuerda nuestra cama caliente de sudor y deseo.
Y aquél corazón que dibujamos con tiza en un árbol sin hojas.

Pregúntale si realmente, fue capaz de olvidar...



LA FRONTERA / LLUVIA

miércoles, 14 de octubre de 2009

CORAZÓN HAMBRIENTO



Todos tenemos un corazón hambriento.
Todos necesitamos un lugar donde recostarnos en los momentos de dudas, de sombras, de desesperación.
Una palabra, una mano que nos ayude a levantarnos, tal vez a no caer. Un abrazo inesperado, una sonrisa, un beso en el pelo... Caricias y palabras, pequeños universos infinitos de gestos cómplices y cometas azules como el mar y el oceáno que nos separan.

Yo también tengo un corazón hambriento.


A veces lo visto de fiesta, le pongo su disfraz de mil colores brillantes y lo saco a pasear con la sonrisa pintada en la cara. Maquillaje de estrellas y polvos mágicos de arroz. Las niñas no lloran, no deben llorar.

A veces como si de un caramelo envuelto en celofán se tratase, dulce y tibio, le permito derretirse suavemente, mientras el aroma a limón y ternura impregna la habitación y se desliza entre las rendijas de la persiana, humo y deseo, sangre y placer, espíritu y carne.

A veces lo recubro de una armadura impenetrable, le tapo la boca con las dos manos, para que no hable, para que no diga nada. Calla, corazón...

En ocasiones lo encierro bajo siete llaves en su torre de papel. Intento silenciar sus latidos para evitar caer en la trampa de la memoria, para no ver nunca más en mis sueños aquél viejo caserón con su arca de madera vieja y apolillada que a pesar del paso del tiempo aún permanece intacta en mi memoria. Y le permito que siga su huída hacia adelante, convencida de que no tiene sentido remover entre los restos del pasado, de que no merece la pena quedarse para siempre en ese desván que huele a miedo e incomprensión.

Pero cuando llega la noche, cuando soy más yo que nunca, dejo volar mi corazón por el cuarto. Libre y desnudo, tal y como es. Auténtico y sin ataduras. Y contemplo cómo se eleva y sube una y otra vez hacia el espacio de mis anhelos y mis tiempos reservados a la locura.

Abro la pequeña jaula en la que duerme, tiritando de frío, y le permito que viaje sin miedo, que pasee por las dunas y los desiertos, por los valles y las montañas. Le ruego en silencio que surque el mar a merced de las olas y que acompañe en su vuelo hipnótico a las gaviotas, para que desde el otro lado pueda verme y entender mis porqués, mis nuncas, mis tal vez...

Pongo mi mano sobre el pecho y lo escucho bailar la danza cadenciosa de la vida.
Y pienso que a pesar de mis innumerables y múltiples defectos, me gusta ser como soy. Tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo. Tan contradictoria en ocasiones. Una niña y una mujer que comparten el mismo cuerpo, que se han quedado a vivir dentro de mí, eternamente entrelazadas como si ninguna de las dos quisiese perder jamás su identidad.

Dulce y tremenda, sol y luna. Luces y sombras. Tan sólo eso. Sólo eso. Nada más y nada menos que eso.

Una mujer que tiene un corazón hambriento...

BRUCE SPRINGSTEEN/ HUNGRY HEART

lunes, 5 de octubre de 2009

PAQUI


* Con el permiso y la autorización expresa de quien da nombre a esta entrada...


Paqui es mi supercompi de Coro. Es una contralto impresionante, tiene una voz profunda, suave y como de terciopelo, pero ella no lo sabe, o no quiere saberlo. Y se empeña en colocarse a mi lado porque dice que se siente más segura. A pesar de las protestas del Director, que dice que estéticamente no damos bien. Ella es muy bajita y regordeta, y yo soy más alta y espigada... De hecho, nos llaman el punto y la i, pero a pesar de eso, cantamos siempre juntas. Y ella me mira burlona cuando le digo que la que me da seguridad es ella a mí...

Desde el mismo momento en que se incorporó al Coro, nació entre nosotras una corriente de simpatía mutua, una especie de flechazo. Tal vez porque somos tan distintas, tan diferentes en todo además de en lo puramente físico.

Ella es tímida y de pocas palabras y yo extrovertida y parlanchina (por regla general). Ella es seria y retraida y yo... todo lo contrario.

Quizás por eso nos entendemos a las mil maravillas y nos hemos hecho amigas así sin querer... Cuando salimos a algún concierto nos sentamos juntas en el autocar y nos contamos las cosas que el rigor de los ensayos y el trabajo diario no nos permite, a pesar de algún que otro café furtivo que nos tomamos en los descansos...

Hoy Paqui estaba triste, aunque bien pensado creo que siempre ha habido un destello de amargura en sus ojos, con lo cual tal vez debería decir que estaba más triste de lo habitual. Hasta su voz rotunda y redonda me sonaba desgarrada cuando ensayábamos.

En el café de la pausa me ha contado el motivo de su amargura. Y yo, que no he nacido para dar consejos me he limitado a escucharla y a secarle con mi kleenex alguna lágrima que resbalaba con parsimonia por sus mejillas.

De repente me ha dicho:
.- Me gustaría ser como tú. Ojalá fuese como tú.
.- Como yo? le contesté sorprendida.
.- Sí como tú. Tú eres fuerte y siempre estás sonriendo... Tú nunca lloras, Elena...

Y entonces quise contarle que no es cierto, que yo no soy fuerte, que yo también lloro, que yo también sufro, que yo no siempre sonrío... que yo, como ella, también querría tener alas y volar...

Pero me pudo mi natural tendencia al estoicismo o quizá tuve miedo de defraudarla, de fallarle en aquel momento en que demandaba un poquito de seguridad y protección y la abracé en silencio, convencida de que no hay nada mejor que sentir el calor de un abrazo bien apretado cuando te duele el corazón...

REM/ EVERYBODY HURTS