
Había perdido las fuerzas, caminaba sin rumbo, el sol le arrancaba jirones de piel y sus labios eran un desierto yermo, un paisaje lunar, todo grietas y arena. El pelo se aplastaba contra su frente como un adhesivo sin coherencia, y sus pasos erráticos anunciaban que pronto se desplomaría, que ya no veía sino la luz de su propia sombra, jirones de memoria que volverían para acunarlo en sus brazos hechos de nostalgia y algodón…
Supo que él se moría porque ella estaba empezando a morirse, el pulso lento, la sangre espesa, sombras aún más negras bajo los ojos, mujer ojerosa, mujer hermosa.
Al verlo caer como una estatua herida, como un viejo edificio que se derrumba de puro cansancio y abandono, cuando tuvo la certeza de que aquel hombre se estaba abandonando a su suerte, decidió hacerlo.
Es mi vida lo único que puedo ofrecerte…
Y comenzó a licuarse.
Lentamente, sus pies se hicieron agua. Y sus piernas largas fueron derritiéndose. Sus muslos se hicieron nada, y el valle secreto donde se unían fue desapareciendo, las nalgas, el diminuto lago de su ombligo, las caderas y la cintura, su espalda siempre dolorida… Agua.
De sus manos comenzaron a brotar pequeñas gotas, y sus dedos se fueron deshaciendo como el hielo azul y gris que cubre los Polos. Después sus brazos, los que tantas veces lo abrazaron, los que bailaron danzas de caricias prendidos a su espalda, los que se aferraban a él en los naufragios del placer y del dolor.
Los labios se volvieron transparentes y los ojos se desintegraron bañados en lágrimas. La frente que tantas veces él le besó con veneración, la nariz siempre al abrigo de las sábanas a la hora de dormir, y por último su pelo, brida y estribo, caracola y cosquillas al despertar…
Entonces recordó el calor de su cuerpo, los latidos y los escalofríos compartidos, rememoró las noches de juegos y besos, y comenzó a elevarse.
Quiso ser nube y fue nube. Como aquellas de algodón que siempre le traían recuerdos de los días de feria y verbena, como las de color rosa y blanco que se comía en tardes de desazón y hambre infantil. Habló con el viento y le trazó con sus dedos de humo las coordenadas exactas del desierto donde agonizaba su amor y su amante. Y el viento la llevó suavemente, tal y como le había dicho, no es fácil ser vapor y mujer, niebla y carne, y jugó con ella y dibujó su silueta exacta para que él pudiese reconocerla.
Cuando llegó al lugar donde él agonizaba de soledad y abandono, comenzó a llover sobre el cuerpo que ya se confundía con las dunas y el horizonte. Primero un aguacero feroz, despiértate, camina, levántate por favor. No te rindas. Yo estoy aquí… siempre he estado aquí. Después una lluvia suave, resbalando sin miedo por los labios resecos, por los ojos cerrados, inundando su pelo y su corazón, besando los rincones inéditos de su geografía, explorando ávida con su lengua de agua, sigue, sigue, sigue…
Es mi vida lo único que puedo ofrecerte...
Y cuando él la miró sin verla, asombrado y un poco más vivo, cuando ella pudo por fin ver sus ojos y sentir en su piel líquida el calor de su mirada, supo que se había cumplido su destino, el mismo que se le había anunciado clarividente una noche cualquiera de verano. Las palabras proféticas que se habían escapado de su alma.
.- Sabes? Sé que serán tus ojos lo último que vea antes de morir…
ENYA/ ONLY TIME