martes, 30 de junio de 2009

CLARA



El aire huele a algodón de azúcar, a almendras garrapiñadas, a churros y a manzanas de caramelo…
Miles de luces de colores adornan la noche como si fuesen estrellas de mentira y suenan al mismo tiempo los grandes éxitos de Michael Jackson, la canción de Baute y Marta Sánchez, Gaby, Fofó, Miliki y Milikito y algo que llaman música de última generación… A ese batiburrillo de sonidos se unen los ecos de las casetas de tiro, las tómbolas, la adivinadora del futuro por cinco euros, el director de una carrera de camellos que grita su letanía una y otra vez, el uno va delante, el cuatro va detrás…

Clara está sentada en su pequeña caseta blanca, despachando tickets que permiten viajar por unos minutos en una barca, en un cisne, en la carroza de Cenicienta o en un camión de bomberos…

Desde su pequeño trono de reina de un mundo diferente, puede verlo y no puede ni quiere dejar de mirarlo.

Vestido con un traje de payaso y una careta que pretende sin conseguirlo ser terrorífica, prendido a una escoba que deja caer con desgana sobre las cabezas de quienes deciden viajar por unos minutos en un tren efímero que se adentra una y otra vez en el túnel más corto que se haya visto jamás.

De vez en cuando se desprende de su máscara, hace calor. Entre viaje y viaje, cuando algo parecido a una sirena anuncia que el trayecto se ha terminado, se acerca a una esquina y deja de ser una bruja imaginaria para mostrar a quien quiera verlos, sus ojos tristes, de un color indefinido y larguísimas pestañas, los mismos que se adivinan bajo el látex.

Clara se estremece al ver esos ojos, y pierde la cuenta de los latidos de su corazón y de las fichas de colores que permiten volar en aviones de mentira.

Cuando él se cuelga del ventanuco para seguir con su ritual de pequeños golpes y sustos, ella puede ver su espalda morena, y piensa en cómo será acariciarla, seguir con sus dedos el camino de su columna vertebral, aferrarse a sus hombros y arañar sus brazos, recorrer con su boca ese mar de piel y carne. Imagina cómo será tenerlo dentro, sentirlo dentro, quererlo dentro eternamente…

Detesta a las niñas pijas que entre risitas se suben a los vagones, vestidas con sus Hoss y sus zapatitos de fiesta, a las tiradas que dejan ver el tanga y adornan su ombligo con piercings imposibles, a las timoratas que parecen niñas viejas… Los celos se le atraviesan en la garganta porque sabe que todas suspiran por sentir su aliento, por tener cerca esa mirada opaca y lánguida, por hacerse dueñas de su atención, aunque sólo sea por unos minutos.

Y siente que odia esa vida de nómada de verano.
Clara querría vivir de otra manera. Sentirse parte de algún lugar, formar parte de algo, echar raíces, abandonar la caravana que es su hogar en los meses de calor, no escuchar nunca más la música ensordecedora que se pega a sus tímpanos como chicle…

Mañana, desmontarán el circuito por el que resbalan motos y trenes, caballitos y carros del Oeste. Y ella tendrá que marcharse a otro lugar para seguir reinando en su mundo de luciérnagas artificiales. Y él se irá con su tren, y sus escobas diminutas, y sus sierras de plástico pintadas con sangre de mentira, y sus trajes de payaso triste… y puede que no vuelva a verlo más. Nunca más.

O tal vez vuelvan a coincidir. El verano acaba de comenzar. Quizás la suerte esté de su lado y el destino decida que de nuevo sus caminos se crucen y vuelvan a encontrarse en algún pequeño microcosmos de músicas, luces y viajes a ninguna parte. Tal vez ella reúna para entonces el valor suficiente para subirse a uno de los vagones y decirle lo que siente…Para decirle que quiere construir junto a él una casa de ladrillos y deseo, que no quiere dormir en una litera, sino en una cama de madera y jadeos, que sueña con una cocina amplia y luminosa donde preparar cenas de besos y ternura. Que quiere echar raíces en algún lugar. Para siempre y con él.

Tal vez.
SEU JORGE/ LIFE ON MARS

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