lunes, 13 de julio de 2009

CHEEK TO CHEEK

Solíamos coincidir a la hora del café. Ella mansamente aferrada al brazo de él, que lo mantenía doblado sobre sí mismo como hacía Fred Astaire cuando bailaba con Ginger Rogers cheek to cheek. Caminando despacio, ella más que él.
Tal vez por cansancio, tal vez por miedo a morirse o simplemente por miedo a vivir… Se sentaban como en un ritual en la misma mesa, que siempre permanecía vacía, como si en un pacto implícito todos los clientes respetásemos el lugar reservado al desayuno de aquellos dos bailarines enamorados. La ayudaba a sentarse y la colocaba frente al televisor que a esas horas vomita tertulias políticas y discusiones estériles de invitados estrella que saben de todo.
Después, iba desgajando en el tazón una magdalena aséptica, como de juguete, y con paciencia y cuidando de que ni una gota resbalase por la comisura de sus labios, le iba dando cucharada a cuchara el desayuno, con la misma mirada de devoción que imagino le dedicaba cuando tenían sesenta años menos y se conocieron una noche en la verbena y bailaron entre las nubes mejilla contra mejilla (soy propensa a imaginar vidas e historias ajenas, tal vez no se conocieron así pero qué importa).
En ocasiones ella olvidaba su mansedumbre y de repente se ponía a dar palmas o a reír a carcajadas, y a veces la papilla de leche y migas se derramaba sin remedio sobre su vestido. Entonces él, con un guiño de tristeza en la mirada, le limpiaba el manchurrón con la servilleta y le susurraba al oído algo que conseguía tranquilizarla… y ella lo miraba como si lo reconociese y sonreía con la misma candidez de una niña.
Yo contemplaba esas escenas, conmovida por tanta ternura, y por ese amor amante y un poco de padre que él le demostraba a esa mujer de mirada perdida en el infinito... Intentaba parapetarme detrás del periódico porque me sentía una intrusa entre tantos gestos sin palabras, una voyeur de ese amor desdibujado por el paso del tiempo pero tan joven y tan real al mismo tiempo.
Todos estos días los eché de menos. Ya no estaban en su mesa. Al parecer ella se murió el domingo, me dice Juan cuando le pregunto extrañada ante tantos días de ausencia.
Hoy ha venido él solo y se ha sentado en la misma mesa reservada al desayuno de los dos viejos amantes.
Ya no doblaba su brazo para que ella se aferrase a él luchando para no perderse en el mar de la desmemoria. Y ya no me ha recordado a Fred Astaire con su traje de pingüino y su flor en la solapa.
Porque sin Ginger, es imposible marcarse un cheek to cheek…


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