Días de sol y de cielo azul. Bajábamos los escalones de madera que conducían a la playa, ayudados por los vecinos. Y allí nos instalábamos esperando la hora del baño y del bocata de mediodía. Llamábamos la atención sin duda...
Psicóticos, neuróticos, espinas bífidas, parálisis cerebrales, hidrocefalias. Sé que visto desde fuera el cuadro era poco menos que aterrador. Sin embargo a nosotros ya todo nos parecía normal y sonreíamos cuando la gente del pueblo o los veraneantes nos felicitaban por ser tan solidarios y dedicar nuestro tiempo a aquellas gentes que en muchos casos nunca habían visto el mar, ni tal vez lo hubieran conocido jamás de no ser por aquella pandilla de jóvenes idealistas.
Por aquél entonces yo todavía creía que podía cambiar el mundo, que era posible... Los años me han enseñado que no es tan fácil, aunque siempre me quedará la satisfacción de haber contribuido a hacer un poco más feliz a aquella gente. Recuerdo los gritos de satisfacción de Ana la primera vez que se metió en el mar, en aquel artilugio especial para minusválidos... La cara de Diego al jugar con la arena, Teresa y sus bailes en el agua...
Recuerdo cómo esperábamos también con ansia que llegase la hora de nuestra cena, una vez que nuestros niños, que así los llamábamos porque al fin y al cabo eran eso, niños en cuerpos (muchos de ellos tarados) de adultos, estaban en la cama. Era el momento de la liberación, de la gratificante ducha y el posterior maqueo para salir, para respirar, para soltar la adrenalina y la tensión acumuladas durante el día.
Recuerdo que aquel verano empecé a fumar y que probé por primera vez los porros. Recuerdo que me mandaban a mí a pillar, en teoría porque con mi pinta de niña bien y pija redomada nadie pensaría que iba a por la ración diaria de chocolate.
Recuerdo las noches de guardia. Todos se iban y la pareja a quien le correspondía pasar la noche pendiente de las habitaciones, se quedaba en las colchonetas verdes del gimnasio que colocábamos en el hall del colegio para que la noche fuese un poco menos incómoda, con la linterna siempre dispuesta para hacer la ronda. A mí me daba miedo ir sola. Aquellos pasillos anchos del Colegio a oscuras me erizaban la piel. Así que EL siempre lo hacía por mí. Y cuando regresaba volvía a tumbarse a mi lado en la colchoneta, y hablábamos y hablábamos de mil cosas, de nuestra vida, de la vida... Eramos compis y poco a poco nos hicimos amigos.
Aquella noche me puse la camiseta azul marino de triunfar. Y los pantalones azul marino de triunfar. Y me alisé el pelo, la melena lacia al viento, la de triunfar.
Estuvimos en El Ñeru mucho rato, escuchando aquella música para drogadictos como decía V. Sin embargo, me dolía la cabeza y decidí que a pesar de que esa debía ser mi noche y me apetecía ligarme a algún veraneante, me volvía al Colegio. EL se empeñó en acompañarme.
Soy tu compi.- me dijo.
Después de saludar a los de guardia, subimos a la habitación y fuimos a lavarnos los dientes. Qué curiosa la complicidad que puedes llegar a desarrollar con una persona en pocos días. Tal vez el hecho de pasar juntos prácticamente las 24 horas lo haga posible. Un poco de agua mezclada con pasta de dientes se escurrió por el escote de aquella camiseta azul marino que me sentaba como un guante y él, entre risas, la restañó con su dedo.
Recuerdo que yo sabía que algo iba a suceder, pero no sabía cuándo, ni cómo pasaría.
Recuerdo que salimos con nuestros neceseres del baño y nos sentamos en aquél pasillo silencioso del piso de arriba. Hablamos y hablamos y de repente se lanzó sobre mi boca sin reparos. Recuerdo que introdujo sus manos por los bordes de aquel bendito body azul marino y que sonrió al comprobar que no llevaba sujetador.
Recuerdo el calor que me invadía por instantes y que yo pensaba una y otra vez que no era el momento ni el lugar para perder mi virginidad. Recuerdo que se lo dije y que él me miró con aquellos ojos verdes mientras bajaba por la línea de mi vientre y me desabrochaba los botones de los levis. Recuerdo que me bajó los pantalones y con sumo cuidado introdujo su lengua dentro de mi Recuerdo aquella sensación que nunca había vivido .Recuerdo que dejé de recordar que estábamos en un pasillo y que de un momento a otro podían llegar los otros. Recuerdo su cabeza entre mis piernas y aquel pelo negro y ondulado que bañaba ligeramente la luz de una farola al otro lado de la calle.
Recuerdo mi orgasmo con su lengua dentro de mí, aquel temblor de los sentidos que no había vivido con tal intensidad hasta entonces. Recuerdo que después me besó y me besó y que por primera vez comprobé mi propio sabor a través de otra boca. Salado y fresco, palpitante y acre.
Recuerdo que después llegó mi turno y que en aquél instante aprendí a hacer cosas que no había hecho jamás. Recuerdo que cuando lo sentí estremecerse, le pregunté si lo había hecho bien, y que él me tomó la cara y con su media sonrisa característica me dijo: eres la hostia, Elena. Pero vamos a tener que perfeccionar esa técnica. Todavía nos quedan nueve días de prácticas.
Recuerdo que al poco rato llegaron los demás, mojados como siempre. Nosotros nos quedamos mucho rato más sentados en aquél pasillo, cogidos de la mano como un viejo matrimonio que sin embargo acaba de conocerse. Y no puedo olvidar aquella sensación de complicidad, de placer compartido, de descubrimiento, de conciencia de la propia sexualidad que me embargó en aquel momento. Como un susurro. Mientras yo sentía todo eso y miraba aquellos neceseres en el suelo, EL jugaba con mis dedos y tarareaba como un susurro...
RAMONCÍN/ COMO UN SUSURRO
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