Ella odia volar. Pero no sabe en qué momento empezó a tener miedo.
Antes no. Antes le parecía una aventura fascinante y se deleitaba con los preliminares, el embarque, el café sin sabor antes de salir, el bullicio del aeropuetro, el rugido de los aviones, los números amarillos en el panel y la voz gangosa de la azafata anunciando salidas y llegadas.
Antes volaba en ventanilla para ver las nubes y el perfil de la costa abrupta y magnífica recortarse al despegar y al aterrizar. Ahora no. Ahora pide interior y si por ella fuese pediría no tener que hacerlo nunca.
Hoy viaja sola como casi siempre. Y tiene miedo, como siempre.
Cuando el chavalillo joven con cara de niño comienza a explicar el funcionamiento de los chalecos salvavidas y las mascarillas de oxígeno ella nota que el corazón quiere escapársele del pecho. Quiere que termine ya, que no siga explicando dónde están las salidas de emergencia, que no diga nada, que se calle…
Las turbulencias zarandean el pequeño avión como si de una cometa se tratase. Y ella empieza a llorar. Es un llanto suave, contenido, un par de lágrimas le resbalan por las mejillas y ella se las arranca a manotazos, casi con rabia. No quiere que la vean llorar, no quiere demostrar que tiene miedo, que está asustada… Quiere bajarse, quiere salir de allí, y piensa que todavía le queda por lo menos media hora de viaje…
Se aferra a los brazos del sillón con fuerza y cierra los ojos, y espera a que se acabe, a que pase y se maldice por haber contratado un viaje barato que supone un avión pequeño y tal vez viejo y tal vez con fallos y tal vez y tal vez y tal vez…
Entonces el hombre que viaja a su lado le coge la mano. No dice nada. El primer impulso de ella es soltarse, pero no lo hace.
Es una mano grande, fuerte y tibia. Y el contacto de esa mano y de esa piel suave y rugosa al mismo tiempo han conseguido que su atropellado corazón se calme un poquito.
Ella lo mira y se encuentra con un rostro de facciones suaves y amables que le dedica una sonrisa tan tierna como no ha visto jamás.
Ninguno de los dos dice nada. Ella musita, no me sueltes por favor y después aparta la mirada porque es consciente de lo ridículo de la situación. Pero le da igual.
El chavalillo con cara de niño pasa ofreciendo cafés y golosinas y refrescos y los mira agarrados de la mano, la de él encima de la de ella, pequeña y con las uñas mordidas con esmero para que no se note demasiado ese vicio inconfesable, tapándola casi por completo.
El chavalillo piensa que son dos amantes, o dos esposos o dos novios que a pesar de los años todavía se quieren y no se resisten a dedicarse muestras de amor en público. Y les sonríe con condescendencia.
Ella no dice nada ni es capaz de devolverle la sonrisa al amable azafato. El… no puede saberlo porque sabe que si le mira a la cara soltará esa mano desconocida por puro pudor, y están a punto de aterrizar y lo que más miedo le da a ella es aterrizar y, y…
.-Ya estamos llegando, susurra él como para sí mismo.
Y mientras aterrizan ella cambia la posición de su mano y se aferra a la de él como una niña pequeña que teme perderse. La aprieta con fuerza mientras el avión va descendiendo escalonadamente hasta tomar tierra.
Entonces ella se deshace de esa mano protectora que la ha acompañado y protegido y siente que extraña su calor.
Se miran y ella le dedica una sonrisa nerviosa y tímida.
.- Gracias, gracias, yo, yo… tengo miedo a volar, se me nota no?
.- Ha sido un placer. Yo también tengo miedo, no te creas. Pero no te lo dije para no preocuparte.
.- Pues, pues… hasta otro día entonces. Hasta siempre. Y gracias otra vez.
.- Hasta otro día. Y para gracias las tuyas, tonta…
Ella busca su bolso y su maletín y sale atropelladamente del avión mientras nota la mirada de él clavada sobre su nuca.
Necesita fumar un cigarrillo y sin embargo aún le queda esperar por el equipaje. Busca desesperadamente uno de los puntos con humo para por lo menos poder disfrutar de un par de caladas que la alivien, que le llenen los pulmones de humo y nicotina.
Y mientras fuma lo ve allí parado ante la cinta transportadora.
Y piensa que esperará a que él se vaya para salir y recoger su maleta porque si se acerca, si vuelve a mirarle de nuevo a los ojos, tal vez no pueda resistir la tentación de pedirle que la tome de nuevo de la mano y no la suelte jamás.
Madrid, 4 de febrero de 2008
Antes no. Antes le parecía una aventura fascinante y se deleitaba con los preliminares, el embarque, el café sin sabor antes de salir, el bullicio del aeropuetro, el rugido de los aviones, los números amarillos en el panel y la voz gangosa de la azafata anunciando salidas y llegadas.
Antes volaba en ventanilla para ver las nubes y el perfil de la costa abrupta y magnífica recortarse al despegar y al aterrizar. Ahora no. Ahora pide interior y si por ella fuese pediría no tener que hacerlo nunca.
Hoy viaja sola como casi siempre. Y tiene miedo, como siempre.
Cuando el chavalillo joven con cara de niño comienza a explicar el funcionamiento de los chalecos salvavidas y las mascarillas de oxígeno ella nota que el corazón quiere escapársele del pecho. Quiere que termine ya, que no siga explicando dónde están las salidas de emergencia, que no diga nada, que se calle…
Las turbulencias zarandean el pequeño avión como si de una cometa se tratase. Y ella empieza a llorar. Es un llanto suave, contenido, un par de lágrimas le resbalan por las mejillas y ella se las arranca a manotazos, casi con rabia. No quiere que la vean llorar, no quiere demostrar que tiene miedo, que está asustada… Quiere bajarse, quiere salir de allí, y piensa que todavía le queda por lo menos media hora de viaje…
Se aferra a los brazos del sillón con fuerza y cierra los ojos, y espera a que se acabe, a que pase y se maldice por haber contratado un viaje barato que supone un avión pequeño y tal vez viejo y tal vez con fallos y tal vez y tal vez y tal vez…
Entonces el hombre que viaja a su lado le coge la mano. No dice nada. El primer impulso de ella es soltarse, pero no lo hace.
Es una mano grande, fuerte y tibia. Y el contacto de esa mano y de esa piel suave y rugosa al mismo tiempo han conseguido que su atropellado corazón se calme un poquito.
Ella lo mira y se encuentra con un rostro de facciones suaves y amables que le dedica una sonrisa tan tierna como no ha visto jamás.
Ninguno de los dos dice nada. Ella musita, no me sueltes por favor y después aparta la mirada porque es consciente de lo ridículo de la situación. Pero le da igual.
El chavalillo con cara de niño pasa ofreciendo cafés y golosinas y refrescos y los mira agarrados de la mano, la de él encima de la de ella, pequeña y con las uñas mordidas con esmero para que no se note demasiado ese vicio inconfesable, tapándola casi por completo.
El chavalillo piensa que son dos amantes, o dos esposos o dos novios que a pesar de los años todavía se quieren y no se resisten a dedicarse muestras de amor en público. Y les sonríe con condescendencia.
Ella no dice nada ni es capaz de devolverle la sonrisa al amable azafato. El… no puede saberlo porque sabe que si le mira a la cara soltará esa mano desconocida por puro pudor, y están a punto de aterrizar y lo que más miedo le da a ella es aterrizar y, y…
.-Ya estamos llegando, susurra él como para sí mismo.
Y mientras aterrizan ella cambia la posición de su mano y se aferra a la de él como una niña pequeña que teme perderse. La aprieta con fuerza mientras el avión va descendiendo escalonadamente hasta tomar tierra.
Entonces ella se deshace de esa mano protectora que la ha acompañado y protegido y siente que extraña su calor.
Se miran y ella le dedica una sonrisa nerviosa y tímida.
.- Gracias, gracias, yo, yo… tengo miedo a volar, se me nota no?
.- Ha sido un placer. Yo también tengo miedo, no te creas. Pero no te lo dije para no preocuparte.
.- Pues, pues… hasta otro día entonces. Hasta siempre. Y gracias otra vez.
.- Hasta otro día. Y para gracias las tuyas, tonta…
Ella busca su bolso y su maletín y sale atropelladamente del avión mientras nota la mirada de él clavada sobre su nuca.
Necesita fumar un cigarrillo y sin embargo aún le queda esperar por el equipaje. Busca desesperadamente uno de los puntos con humo para por lo menos poder disfrutar de un par de caladas que la alivien, que le llenen los pulmones de humo y nicotina.
Y mientras fuma lo ve allí parado ante la cinta transportadora.
Y piensa que esperará a que él se vaya para salir y recoger su maleta porque si se acerca, si vuelve a mirarle de nuevo a los ojos, tal vez no pueda resistir la tentación de pedirle que la tome de nuevo de la mano y no la suelte jamás.
Madrid, 4 de febrero de 2008
AEROSMITH/ FLY AWAY FROM HERE
Este blog esta muy interesante. Te felicito. Te invito a que me visites a: http://prestomisalas.blogspot.com/
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