Nací hace 38 años en una cama de castaño claro de la casa de mis abuelos maternos. Vine al mundo en sustitución de una niña que nació un año antes que yo, y que por fatalidades de la vida se murió al mes de nacer.
Recuerdo desde siempre un portarretratos de plata con la foto de un bebé en blanco y negro, presidiendo el salón de mi casa. Y recuerdo desde siempre cómo mi madre me contaba todo lo que había sufrido con la pérdida de su pequeña, y cómo yo había sido el bálsamo que había curado todas sus heridas. De algún modo desde que nací me hicieron responsable de su felicidad, la sustituta de aquél bebé que se fue
También yo estuve a punto de morirme siendo una niña. Al parecer una dosis fatal y equivocada de un médico, para remediar una fiebre alta…
Igualmente he escuchado esa historia muchas veces. Cómo de repente se me hundieron los huesos de la cabecita y quedé como muerta en los brazos de mi abuela. Cómo mi padre quedó tan paralizado que no pudo ni coger el coche, y cómo una vecina, sin tener todavía el carnet de conducir me llevó a toda prisa al sanatorio más cercano acompañada por mi madrina, ya que mi madre tampoco tuvo fuerzas para ir conmigo.
Al parecer me pusieron una inyección y los médicos dijeron que era cuestión de horas, que el desenlace podía ser fatal pero que también había posibilidades de que sobreviviese.
Y aquí estoy. Le gané la batalla a la vida, y creo que desde entonces no he dejado de luchar. Pienso que de algún modo las experiencias vitales te marcan profundamente, y que todo lo que ocurre en tu niñez deja un sello indeleble en lo que será tu vida adulta.
Nací en la familia equivocada. El destino me regaló ser extremadamente sensible y extremadamente cariñosa, soy dulce por naturaleza, un ser achuchable como dicen por ahí (a pesar de mi mal genio). Y sin embargo, crecí rodeada de frialdad. No recuerdo besos de buenas noches ni abrazos espontáneos, ni mimos ni palabras a media lengua… tan sólo mi abuela sabía lo que necesitaba, lo sabía porque era como yo. Sin embargo se murió cuando yo tenía catorce años, y me dejó sin la ternura, esa que forma parte de mí y que necesito para vivir, para respirar…
Siempre he pensado que esa actitud de mis padres, esa distancia entre ellos y yo, esa falta de gestos de cariño, fue propiciada no sólo por su forma de ser, sino que se trató más bien de un mecanismo de autodefensa para no sufrir tanto si me perdían a mí también.
Así pues, me acostumbré a pensar que la extraña era yo. Y para protegerme de mí misma, tomé la costumbre de encerrarme en mí, de no hablar, de no pedir, de no gritar a los cuatro vientos lo que necesito cuando siento que nadie me responde, cuando el miedo a que no me quieran se apodera de mí. Sólo silencio. Como una armadura artificial, como un caparazón de mentira, que sólo me lleva a engañarme a mí misma cuando me repito que no importa, que da igual, que la extraña soy yo.
Las hadas madrinas que vienen a visitarte cuando naces, me regalaron además la apariencia de una hembra de rompe y rasga, y para rematar me imantaron por completo y me dotaron de ese “no se qué” que dicen que tengo.
Me educaron para ser fuerte y valiente y decidida. Y eso es lo que parezco, y lo que soy. Una mujer tremenda probablemente. Es lo que he oído siempre, Elena, eres tremenda...
Pero también soy frágil y vulnerable, sigo siendo esa niña pequeña que tiene miedo por las noches, que sabe hablar el lenguaje de las nenesinas a la perfección, porque en realidad nunca ha dejado, nunca ha querido, nunca ha podido dejar de serlo.
Y aquí estamos las dos. La mujer Elena y la niña Elena. Tremenda, Mylady, qué mas da cómo se llamen, escribiendo un trozo, una pequeña historia de mí...
ANTONY AND THE JOHNSONS/ MY LADY STORY
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